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el garabato del torreón

Amenaza sobre A Ribeira Sacra

El odio de al­gu­nos ga­lle­gos a la na­tu­ra­le­za pa­sa so­bre to­da le­gis­la­ción que pre­ten­da aco­tar ins­tin­tos des­truc­ti­vos

juan soto

El destino ineluctable de los espacios y las arquitecturas estampillados con el sello de Patrimonio de la Humanidad es la degradación o la muerte. Los lucenses pensábamos que una vez que los comisionados de la Unesco otorgasen el anhelado trofeo a nuestra muralla — una severa aleación de guijarros medievales y hormigón armado—, la preservación del anillo quedaría garantizada mediante disposiciones similares a las que salvaguardan, por ejemplo, el busto de Nefertiti en el Museo Egipcio de Berlín. Pero, lejos de eso, la recompensa ha servido para inaugurar un nuevo ciclo de desvalimiento y olvido, otro más en la larga serie de embestidas que llevan sacudiendo al monumento desde hace siglos.

Ahora, la amenaza destructiva que acompaña a las declaraciones de Patrimonio de la Humanidad se cierne sobre la Ribeira Sacra, una zona que las cuencas del Miño y el Sil reparten entre el sur de la provincia de Lugo y el norte de la de Orense, de la que salen algunos de los mejores vinos del mundo y en la que se concentra el mayor número de iglesias y conventos románicos de Europa. Bastó el anuncio de que varias instituciones iban a solicitar para ese espacio la declaración de Patrimonio de la Humanidad, para que se abriese la veda. De momento, la pulsión devastadora se ha conformado con varias talas masivas de especies protegidas en Nogueira de Ramuín, la utilización de maquinaria pesada para la apertura de bancales (lo que en la zona llaman socalcos) en Doade y la aniquilación de especies autóctonas en Parada do Sil. La indulgente advertencia del Valedor do Pobo va a servir de poco: el odio de algunos gallegos a la naturaleza pasa por encima de toda legislación que pretenda acotar cualquier instinto destructivo. Y lejos de aplacarse, el impulso no cesa de cobrar intensidad. Antes, los incendios forestales bastaban para saciarlo y los únicos enemigos del paisaje eran los pirómanos y las inmobiliarias. Ojalá volvieran esos tiempos.

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