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La llamada de la tierra sin ley

Santoalla se confunde con un espacio telúrico y con un lugar tenebroso. Hay poca gente, pero muchas visitas. Margo y Martin encontraron el hábitat «para su manera de ser»

La llamada de la tierra sin ley m. muñiz

marcos sueiro

En un lugar de cine , en la aldea valdeorresa de Santoalla, se sucedieron los hechos que podrían formar parte de una historia para la ficción. No se trata de la Xonxa creada en 1989 por el director de cine , Chano Piñeiro, sino del final infeliz del matrimonio holandés formado por Martin y Margo, que eligieron la montaña más alta del oriente orensano para quedarse y vivir.

Todo iba bien. Encontraron la casa, tenían los animales y el entorno era el más idílico posible. El aislamiento y el frío del invierno se superaba con «nuestra decisión de buscar un modo de vida diferente», explica Margo y la falta de compañía con la presencia de voluntarios venidos desde distintos países del mundo.

La historia de los holandeses en el «val de verdura verde verde» terminó en un crimen y castigo menos elaborado y conformado por las opiniones diversas de los vecinos, de los conocidos y de las autoridades. Cuatro años después del asesinato ya nada es igual. Margot está sin Martin, las cabras se multiplican y las estancias de voluntarios se suceden. Eso sí, Martin ya no está, y su presunto asesino, tampoco.

La resolución del misterio provoca curiosidad . Echar la vista atrás se convierte paralelamente en un ejercicio de memoria por parte de todos los que allí viven para satisfacer la curiosidad de los que llegan. En el juego participa Margo. La viuda, sonríe continuamente, y amamanta a las cabras. Sólo se molesta sino no se respetan los ritmos de los animales. Ella los consiente, los llama, los alimenta. Entre tanto, una «chiva» de las 45, dará en breve a luz. Mientras espera paciente, musita la palabra tonta para describir la timidez de la cabra, y afirmar que no perdona al presunto asesino para rápidamente justificar al autor material porque «es un niño». Quizás sea una forma corriente de mitigar el dolor por la ausencia y justificar la fechoría de un joven vecino con una minusvalía visible.

A pesar del poco tiempo transcurrido desde la resolución del crimen, el paso de los días ha cicatrizado las heridas. La rabia ya es contenida. Los reproches para describir la relación con sus únicos vecinos son suaves. Prácticamente no se ven y «el rencor no ayuda».

El lenguaje legal suena extemporáneo en Santoalla. Un ciudadano de los Países Bajos, asesinado en otro Estado, y la Embajada al margen. Esta afirmación se convierte en pregunta y provoca la extraña respuesta de Margot: «No he recibido protección consular» pero es que tampoco la esperaba porque en Santoalla no hay cónsules. Los encuentros de Margo y Martin sólo fueron con el alcalde, Miguel Bautista. No fueron bien.

El regidor reprocha los modos del holandés: «Era prepotente y nada más llegar vino a verme para hacerme saber que tenía derecho a una parte de las rentas del monte comunal». También se interesó por «la instalación de eólicas». Bautista no dudó en afirmar que debajo de la guerra con los vecinos había una lucha por el dinero. Sin cuestionar o no su derecho al dividendo lo cierto es que el alcalde si cuestiona el carácter y la conducta del asesinado. Bautista también se pregunta por la condición de «ecologista» del matrimonio. Cerca de la residencia todavía quedan bloques de hormigón, somieres apilados, caravanas mal pintadas y otros signos poco representativos de un hombre comprometido con el medio natural.

La descripción de Martin es distinta en otros lugares. La camarera del «4 Caminos» de A Rúa, la localidad vecina, es distinta. Afable, entregado y bondadoso....Las percepciones siempre son diferentes.

En este bar pasaba muchas horas. Consultaba Internet, buscaba voluntarios para la granja y fabricaba relaciones de vecindad paralelas a las que no tenía en su Santoalla.

La familia del presunto asesino es discreta. Su fama le precede. Se trata de representantes de la derecha agraria con posibles y con excelentes relaciones. El alcalde de izquierdas no duda en calificarlos de «buena gente y trabajadores» y la cuñada del preso dice sentir sensación de «alivio» tras la resolución del caso.

Margo no se va. Su historia en la aldea no puede tener un final trágico y quiere continuar escribiéndola. Su determinación para quedarse en absoluta: «Claro». En realidad «no tengo sensación de miedo, nunca la he tenido porque no pensé que pudieran matar a alguien por una tontería».

Ahora se trata de continuar, lo ha hecho desde el día de la desaparición y no va a parar. La casa está preparada para pasar otro invierno y la decisión está tomada.

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