Enormes minucias de verano (1): Burbujas matrimoniales

Las burbujas casan con todo. Las burbujas se casan con todos. Con el aire puro del campo, y con el insalubre de las habitaciones pensativas, en donde los meditabundos rumian su descontento y propagan miasmas de amargura. Cuadran con las ciudades vociferadoras y con el silencio de un escenario en el que un mago experto en burbujas da forma a sus pompas de jabón. Las burbujas se llevan bien con cualquier realidad : por contradictoria que parezca la solidez de algunas cosas, con respecto a la liviandad de las burbujas.

Deberíamos aprender de su condición grácil, de su amable inconsistencia, como han hecho los árboles. Los árboles son firmes partidarios del burbujeo universal. Ellos, tan arraigados, tan severos, tan clorofílicos, miran con los mejores ojos las pompas que se pasean por delante de sus copas copetudas. Saben que, a pesar de las apariencias, no hay nada eterno : lo que dura una pompa de jabón y lo que dura un árbol centenario son lo mismo, juzgado con la honda sabiduría cronológica de los filósofos arbóreos. Los árboles, como los hombres, también son burbujas , y las burbujas, a su manera, también son árboles: árboles al vuelo, árboles en danza, árboles que han decidido, después de siglos de albergar pájaros, hacerse pájaros ellos mismos, no vaya a ser que se les pase la oportunidad de conocer mundo.

Deberíamos aprender de estos idilios conciliados por el azar, el gran conciliador de los asuntos irreconciliables . Deberíamos aprender de estos amores imposibles entre lo permanente y lo efímero. Deberíamos celebrar con efusión estas bodas entre la montesca familia de los árboles y el capuleto clan de las burbujas.