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punto de fuga

300 años, 300 mentiras

josé garcía domínguez

Entre las muchas definiciones del concepto «nación» que comenzaron a circular por los libros después de que apareciese el primer nacionalista sobre la faz de la Tierra, novedad ocurrida allá a mediados del siglo XVIII, yo me quedo con la de Karl Deutsch. Para él, una nación es un grupo de personas unidas por un error compartido sobre su ascendencia y un desagrado compartido hacia sus vecinos. Tan falso es, por ejemplo, que el pueblo judío emprendiera éxodo alguno desde el Egipto de los faraones como que Cataluña sostuviese en 1714 una cruenta guerra contra cierta entidad colectiva llamada España. Una y otra leyenda no encierran más que simples mitos nacionalistas que en nada se compadecen con la realidad. Lo recuerda Nietzsche glosando al autor de «La República» en un instante de lúcida clarividencia: «Platón consideraba indispensable que la primera generación de su nueva sociedad tenía que ser educada con la ayuda de una poderosa mentira necesaria». Aquí llevamos ya unas cuantas en las últimas tres décadas.

A qué extrañarse de que el genuino opio del pueblo, contra lo que ordenó el viejo Marx, haya acabado siendo el nacionalismo. De ahí, de su usurpación del ámbito de lo sacro, que los edificios antiguos hayan sido desposeídos de sus usos tradicionales como cuadras de ganado, almacenes de chatarra oxidada o simples depósitos de mugre, para devenir templos sagrados de la patria. Así el Born, aquella prosaica estación de paso de frutas y hortalizas hoy a punto de desbancar de la preeminencia al monasterio de Montserrat entre los centros de peregrinación y culto locales. El autor de la muy reciente «Breve historia cultural de los nacionalismos europeos», Javier López Facal, viejo nacionalista gallego ahora felizmente curado, ha recordado al respecto el papel del regimiento militar castellano que defendió Barcelona del cerco borbónico cuando aquel falsificado entonces. Una ignorada tropa de Castilla que, por cierto, fue comandada por otro gallego, un tal Gregorio de Saavedra. Trescientos años, trescientas mentiras.

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