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arte

El magisterio secular de Gregorio Fernández

Jesús Urrea reúne sus estudios sobre el escultor del Barroco, que como piezas de un puzle arman un completo retrato de su vida y obra

El magisterio secular de Gregorio Fernández f.heras

m.burón

A diferencia de otros artistas, incomprendidos en vida, Gregorio Fernández (1576-1636) fue popular en su tiempo. Pero además creó una tendencia que mantendría vivo su magisterio hasta finales del siglo XVII y permaneció como un referente indiscutible para los escultores de la centuria siguiente. Su obra sigue viva y a pie de calle, con los pasos procesionales; y su figura no deja de despertar interés cuatrocientos años después.

Mucho se ha escrito sobre Gregorio Fernández y mucho queda por escribir. El profesor de Historia del Arte y responsable del Museo de la Universidad de Valladolid, Jesús Urrea, ha dedicado años al estudio de la trayectoria y la producción del artista. Sobre él ha publicado numerosos trabajos que ahora recopila y actualiza en un volumen. Los rescata así del campo de las publicaciones especializadas para hacerlos llegar a un público más amplio. Sin embargo, los presenta en el subtítulo como «apuntes para un libro». A la espera de esa obra futura, la que acaba de editar la UVa, El escultor Gregorio Fernández, reúne una serie de textos que, como piezas de un puzle, forman un completo retrato del autor cimero del Barroco.

Aunque la vertiente profesional del artista de origen gallego constituye la veta fundamental de la obra, Urrea se detiene también en el lado más humano. «Las obras de caridad menudearon en el hogar del escultor. Lo mismo el matrimonio recoge en su casa a varias personas pobres, como a la mujer que dio a luz dos niños gemelos, o a una «criatura que habían echado a su puerta»». Lo muestra, ya en Valladolid, al margen de las rivalidades profesionales surgidas entre los escultores Pedro de la Cuadra y Francisco Rincón. El primero admiró e imitó a Gregorio Fernández, y este llegó a adoptar a Manuel Rincón, hijo del segundo y también escultor.

La imagen contrasta con la reflejada por algún coetáneo, que lo pinta como «desabrido» y «de suyo muy sentido y colérico», aunque, como anota el autor, esa opinión se basó en la reacción del escultor «ante las exigencias de un cliente impaciente». El interés que ha despertado en los estudiosos del arte explica que se haya hecho sobre él hasta un estudio grafológico, que «ofrece la personalidad de un individuo dotado de facultades creadoras, fantasía, ensoñación y un acusado sentido de la belleza. De naturaleza bondadosa y provisto de un amplio sentido de la protección hacia los demás, pudiéndosele considerar como persona esforzada, voluntariosa y constante, de genio muy activo y con excelentes dotes para el mando y la organización».

La relación profesional con otros escultores está ampliamente reflejada y documentada en la obra, que recoge capítulos dedicados a muchos de esos autores, seguidores y discípulos como Alonso de los Ríos, Francisco Rincón, Luis Fernández de la Vega o los maestros de Toro. También da cuenta con detalle de la abundante obra de Gregorio Fernández, diseminada por toda España y con un extenso catálogo en Castilla y León, aunque llegó también a Portugal y a América.

El libro recoge, además, alguna curiosidad sobre el escultor. Conocido fundamentalmente por sus imágenes religiosas, su debut en Valladolid, a donde se trasladó con el esplendor de la Corte, fue con obras profanas, concretamente «una serie de esculturas destinadas al salón de saraos del Palacio Real». Pero al final, concluye Jesús Urrea, «la mayor genialidad de Gregorio Fernández, a pesar de la extraordinaria calidad que tienen todas estas piezas suyas concebidas de manera independiente, estriba sin duda en los grandes grupos, en las grandes agrupaciones de figuras».

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