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Ópera prima, ópera plena

El ensayista José David Sacristán se desenvuelve con frescura y agilidad en su primera incursión narrativa, «El Archivo de Göttingen»

Ópera prima, ópera plena

fernando conde

Escribir hoy una novela lineal, es decir, una novela cuya trama discurra en paralelo al tiempo y en sincronía con él, puede parecer anacrónico. Desde que el cine colonizó el territorio de la literatura, bien a través de la panoplia de artificios usados en el contar, bien a través del influjo -lógico- que ejerce aquel sobre el mecanismo creativo de cualquier autor de nuestro tiempo, resulta difícil toparse con un texto en el que las cosas simplemente sucedan con la misma cadencia que pasan los días, los años, la vida. Y sin embargo, esa es la fórmula elegida por José David Sacristán para poner negro sobre blanco su opera prima narrativa.

El Archivo de Göttingen es una novela que recuerda a Asimov o a Stanislaw Lem. Una novela amueblada al estilo de las de intriga histórica, que tan del gusto del personal han resultado en los últimos años. Sacristán echa mano también del esoterismo y de la intriga, y se vale de ingredientes básicos como el amor, la muerte o el misterio para, bien mezclados y homogeneizados, ofrecer al lector un texto muy por encima de lo que el mercado suele vender.

Resulta sorprendente que esta primera incursión narrativa de un autor hasta la fecha dedicado al sesudo ensayo, se desenvuelva con la frescura y la agilidad que lo hace. Sorprende asimismo que no haya una tendencia -lógica por otra parte- a la digresión cultista o a la explicación que, aunque pudiera aportar cosas interesantes al texto y al lector, no dejaría de lastrar su tan estimable liviandad discursiva. Si acaso, por ponerle un pero, se podría haber ahondado en algunas escenas, lo que lejos de gravar la lectura, quizá la hubiera dotado de todavía mayor fuerza e interés.

Pero tiene este Archivo de Göttingen algunas novedades tan arriesgadas como sugerentes. Por ejemplo, el reto de situar la trama en un futuro tan inmediato que podría provocar que un lector de hoy tomara el texto por profecía, y otro lector (o el mismo), dentro de cinco o seis años, tuviera en la manos una novela histórica. Bastaría con que se cumplieran algunas de las hipótesis planteadas. He ahí, por tanto, un tentador anzuelo para acercarse a esta novela y hacerlo sin los prejuicios que suele suscitar un neófito. Por lo demás, la novela desarrolla unos personajes creíbles, basados algunos en «hechos reales», manteniendo en todo momento un buen pulso narrativo y sin concesiones al decaimiento, y logrando ese tan deseado efecto de «querer volver al libro tras cada pausa».

En definitiva, una buena novela de playa o de sofá reposado. Una novela que, como el café en España, admite tantas formas de lectura como españoles somos.

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