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al pairo

¡Ay, Cataluña!

fernando conde

trabajan allí mucho, es verdad, pero vocean más que trabajan; valen, sí, pero sería un negocio redondo comprarles por lo que valen y venderles por lo que creen valer. En la ciudad de Barcelona cree uno a veces hallarse en un vastísimo arrabal de Tarascón, y cree oír en catalán, lengua tan hermana de la lengua provenzal, el grito de combate de los buenos tarasconeses: fem du brut, es decir, hagamos ruido.

La especial megalomanía colectiva o social de que está enferma Barcelona, les lleva a la obligada consecuencia de la megalomanía, a un delirio de persecuciones también colectivo y social. Y así hablan de odio a Cataluña, y se empeñan en ver en buena parte de los restantes españoles una ojeriza hacia ellos, hacia los catalanes -más bien los barceloneses-, estimándolo acaso hijo de envidia. Y tal odio no existe. No existe el odio a Cataluña, ni a Barcelona, ni existe la envidia tampoco. Lo que hay es que los españoles de las demás regiones han estado constantemente ponderando y exaltando la laboriosidad e industriosidad de los catalanes -son los demás españoles los que han hecho el dicho de: «Los catalanes, de las piedras sacan panes»-, y con esto les ha recalentado y excitado esa nativa vanidad que con tanta fuerza arraiga y crece bajo el sol del Mediterráneo.

Y esa vanidad, esa petulante jactancia y jactanciosa petulancia que se masca en el aire de Barcelona, hace que las gentes sencillas y modestas -el castellano, a vuelta de otros defectos, es sencillo y es modesto hasta en su altivez-, al encontrarse en aquel ambiente de agresiva petulancia, se sientan heridas y molestas…

Si quieren entender qué pasa en Cataluña, lean a Unamuno. Cien años después nada ha cambiado. ¡Qué pesadez!

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