¡Qué descansada vida...

...la del que huye del mundanal ruido / y sigue la escondida / senda, por donde han ido / los pocos sabios que en el mundo han sido», cantaba Fray Luis en su «Oda a la vida retirada». Fray Luis encontró su particular «locus amoenus» a las afueras de Salamanca, en la «Flecha» que cuidaban los agustinos para descanso del alma y repuesto del cuerpo. El presidente de la Diputación de Valladolid augura que el futuro deparará una vuelta a la ruralidad, un éxodo asfáltico, una hégira urbanita… O lo que es lo mismo, una descansada vida que de momento ya han elegido muchos jubilados con ansias de cambiar el ruido, las prisas, la voracidad y el anonimato de la urbe por el silencio, la serenidad, la cercanía y el quién es quién de los pueblos.

La Diputación de Valladolid bien es cierto que ha gozado en los últimos tiempos de mandamases un poco distintos (han demostrado y demuestran un raro y alto interés por la cultura). Quizá por ello sus opiniones merezcan mayor reflexión y aprecio. En Castilla y León, una región eminentemente rural, el peso específico de este medio es indiscutible. La bien consensuada Ley de Ordenación del Territorio, que el próximo día 24 será debatida y votada en Las Cortes (con respaldo mayoritario, si se cumple lo pactado), no ha sido ajena al sentir de esas diputaciones que, paso a paso, han ido alcanzado la segunda centuria de vida. La de Valladolid lo está celebrando estos días y su presidente saca pecho por la institución sin duda más cercana a nuestros pueblos. Ahora ya sólo falta hacerlos lo suficientemente atractivos y funcionales como para que los hijos de los jubilados quieran sumarse al viaje. Emprender, sí… el camino hacia una vida distinta, hacia una vida mejor: la vida de los pueblos.