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Amaro Pargo, una leyenda entre el corso y la piratería que acabó de estrella de videojuegos

El tinerfeño, que se dice que combatió con Barbanegra, sigue despertando interés de científicos, historiadores y literatos

Amaro Pargo, una leyenda entre el corso y la piratería que acabó de estrella de videojuegos abc

guacimara hernández

Amaro Rodríguez Felipe y Tejera Machado, más conocido como Amaro Pargo, es una figura que sigue despertando interés no solo entre sus paisanos de La Laguna (Tenerife) sino entre investigadores de la historia, escritores, turistas y hasta la muy dinámica industria de videojuegos. ¿Quién fue este isleño, realmente? Difícil saberlo, difícil distinguir entre la historia, el mito y la devoción popular.

Su tumba, en la iglesia lagunera de Santo Domingo, es objeto permanente de interés no solo de los fieles, sino de los niños que peregrinan allí a comprobar si es cierto lo que cuentan. Y vaya si lo confirma lo que ven sus ojos: debajo del escudo de armas, dos tibias cruzadas con una calavera que parece guiñar un ojo dan fe de que hay mucha historia debajo de esa lápida de mármol.

En ese templo, en el año 2013 se exhumaron los restos de Amaro Pargo, un trabajo de especialistas financiado por Ubisoft, creadora del popular videojuego «Assassin's Creed», que había elegido al lagunero como protagonista de la versión IV de este entretenimiento. No cabe sorprenderse por la elección, dado que las Islas Canarias fueron durante los siglos XV y XVI el gran escenario de la piratería mundial.

Lo que los arqueólogos encontraron en esa cripta les sorprendió, porque hallaron huesos de varias personas, incluido el esclavo negro del famoso corsario, sus padres y algunos niños, o más precisamente, bebés, que encontraron allí su destino, probablemente, en cumplimiento de antiguas supersticiones.

Con el cráneo, una vez identificado, se pudo hacer un retrato que los especialistas juzgan muy cercano al rostro de nuestro personaje: rasgos angulosos, muestra de delgadez bastante marcada en una cara ovalada, y una constitución física de estatura media para la época, algo menos a 1,70 metros. En base a eso se le dibujó en el videojuego, para disfrute de sus seguidores en todo el mundo.

Sobre sus andanzas en el mar, lo primero que surge es la discusión acerca de su identificación como corsario o como pirata. El autor Pompeyo Reina, autor de «El sarcófago de las tres llaves», novela centrada en su figura , no tiene la menor duda: no fue un pirata, y así lo describe en sus páginas, donde lo pinta como un caballero y no como uin delincuente. Es cierto que tuvo que enfrentarse con muchas naves en su camino, así eran los mares en esa época, pero ello no lo convierte en pirata, entiende.

No lo ve así Julia Granado Martínez, alumna de doctorado de la Universidad de Murcia, que en un artículo publicado por la cátedra de historia Naval de la Universidad de Las Palmas , lo señala directamente como un pirata que además se enfrentó nada menos que a todo un mito como Barbanegra.

«El apodo de 'Pargo' fue adoptado por la semejanza con el pez de dicho nombre, poderoso nadador, con hocico puntiagudo y que en ocasiones le gusta camuflarse. Tuvo una juventud influenciada por la presencia y el auge de la piratería en la isla, con acantilados propicios para el asalto y refugio de estos bandidos marítimos. La suya era una zona poblada de barcos con bucaneros a la espera del intercambio de productos, y por ella pasaban innumerables rutas de comercio entre Europa y América», apunta en su trabajo.

Una vez retirado, regresó a su isla con una inmensa fortuna, alimentando además la creencia de que conservaba un enorme tesoro escondido en algún lugar de Tenerife. Este extremo nunca fue confirmado, pero explica «el constante saqueo de su casa en Machado para abrir ese cofre, en el que supuestamente guardaba documentos, joyas, piedras preciosas, porcelanas, etc. Tesoro que parece ser que tenía catalogado en un libro forrado en pergamino, marcado con la letra D, del que tampoco hay rastro», apunta la historiadora.

Como testimonio de esto aparece el segundo lugar de peregrinación de quienes quieren sentir algo de aquellas historias de galeones y abordajes en alta mar, su casa de Machado (en El Rosario), hoy en condiciones francamente mejorables , pero donde, quizá, el propio estado ruinoso sirve de condimento para imaginar un pasado que no se agota en los libros de piratas.

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