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confieso que he pensado

A pesar de todo, partidos

El sistema electoral vigente, sobre cuya imprescindible reforma empiezan a escucharse las primeras voces, deposita en las organizaciones partidistas un poder absoluto

santiago díaz bravo

Lo lógico sería pensar que la previsible irrupción de nuevas formaciones políticas en las instituciones canarias va a conllevar un enriquecimiento de la democracia, un sistema político que se basa en el encauzamiento de los diferentes conceptos de la realidad a través de un diálogo permanente. En teoría, las necesarias negociaciones tanto para conformar gobiernos como para tomar todo tipo de decisiones requerirán un mayor estudio de los asuntos cruciales y unas ententes que beneficiarán a la ciudadanía, conformando una suerte de idílico pasaíso demócrata.

Sin embargo, la realidad probablemente diste considerablemente de dicho edén rebosante de bellos y olorosos árboles frutales, porque, a fin de de cuentas, el factor que ha envilecido el sistema político español permanece intocable: la preeminencia de los partidos políticos como órganos del poder verdadero, muy por encima de las instituciones y, por ende, del interés ciudadano.

El sistema electoral vigente, sobre cuya imprescindible reforma empiezan a escucharse las primeras voces, deposita en las organizaciones partidistas un poder absoluto del que hacen un uso absolutista. El candidato se convierte en un mero gregario, una dependencia que se mantiene, a veces hasta se fortalece, en el caso de que el aspirante pase a ocupar un cargo de representación pública.

El hecho de que aflore savia nueva en el panorama político nacional y regional no parece ser garantía de que dicha situación, que a todas luces pisotea la necesaria libertad de opinión dentro de los partidos, vaya a revertirse. Antes bien, mucho nos equivocaríamos si con el paso de los meses no empezáramos a comprobar como todo sigue empezando y acabando en los partidos, sin que las nuevas siglas vayan a convertirse en honrosas excepciones.

Porque aunque no es menos ciertos que algunas de las nuevas opciones políticas han realizado un considerable esfuerzo para mejorar el bajo ratio democrático de las más veteranas, de poco servirá ese nuevo talante si no se acompaña de una modificación legislativa seria, profunda y ordenada que relegue a los partidos a un segundo plano.

Por ello resulta más que probable que el nuevo mapa político nos brinde un número todavía mayor de muestras de absolutismo partidista, en las que la decisión libre de los candidatos electos quedará sumergida en el maremágnum de los intereses de sus respectivas organizaciones, pasando el bienestar ciudadano a ocupar un miserable segundo nivel.

Así las cosas, en las próximas semanas asistiremos acongojados al nuevo fenómeno político que empieza a asentarse con fuerza en este país, en esta región, desde hace meses: hacer parecer que todo cambia para que todo permanezca igual.

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