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CONFIESO QUE HE PENSADO

El cuento de nunca acabar

La creación de una agencia que nos costará la friolera de 40,6 millones de euros en su primer año

SANTIAGO DÍAZ BRAVO

REZA el dicho que el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra, algo de lo que podemos dar fe a la vista de determinadas decisiones políticas. Cómo, si no, encontrar explicación a la creación de la Agencia Tributaria Canaria , un nuevo organismo público, con todo lo que ello supone, que se suma a una administración absolutamente sobrada de instituciones, altos cargos e impericia. En una etapa de la historia de España en general, de Canarias en particular, en la que parece haber quedado soberanamente claro que una de las rémoras para el desarrollo económico, social y político es la excesiva hinchazón de una estructura administrativa, la autonómica, que pide a gritos ser renovada y, por supuesto, recortada, a alguien se la ha ocurrido la anacrónica idea de llevarle la contraria a la realidad.

La creación de la Agencia Tributaria es un paso más en la alimentación de las ínfulas de grandeza de una administración regional que aspira a convertirse en un pseudoestado, lo demande la sociedad o no, lo necesiten sus ciudadanos o resulte totalmente prescindible para ellos. Lo importante es la administración en sí misma, dar satisfacción a los delirios de grandeza de quienes se apoltronan en los puestos de poder y responder a una posible necesidad con una alternativa alejada del sentido común.

Y es que a nadie se le escapa que un correcto sistema de recaudación resulta imprescindible para aspirar a una sociedad más justa y lograr que los organismos públicos funcionen adecuadamente, pero lo que no parece tan evidente, mucho menos en estos complicados tiempos que corren y vista la ineptitud de un sinfín de organismos públicos, de estos lares y de otros, es que la mejor manera de conseguirlo sea tirar de billetera, de la billetera de todos, y sorprender a propios y extraños con la creación de una agencia que nos costará la friolera de 40,6 millones de euros en su primer año.

Alejamiento de la realidad, dilapidación de los recursos ajenos y falta de imaginación se han unido en un cóctel explosivo para los escasos recursos económicos de quienes residen en estas islas y para la propia credibilidad de la clase política, que con decisiones como éstas agranda el cada vez más insalvable abismo entre las aspiraciones de los administrados y los delirios de quienes evitan atenerse al dictado del sentido común y percatarse de que ha llegado la hora de hacer política, de que los tiempos en que todo se limitaba a gastar, gastar y gastar ya forman parte del pasado. Y quien no lo entienda así, probablemente asista a su propia debacle. Tiempo al tiempo.

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