El miedo es libre

Lo peor que le puede suceder a un turista que busca un lugar para conocer o, simplemente, para pasar unos días de descanso es que la zona elegida, y no digamos ya el destino concreto donde se supone va a residir, esté “catalogado” como inseguro; los motivos a veces pueden ser diversos: no es lo mismo que en la zona se esperen huracanes o que se espere mal tiempo; que haya problemas políticos y huelgas a que existan conflictos armados; que se cometan asesinatos o robos por doquier a que la falta de seguridad ciudadana haga necesario adoptar ciertas precauciones; a que uno se tenga que vacunar por si acaso contra distintos malestares a que se corra el riesgo de que una enfermedad mortal lo lleve a uno para el otro barrio.

No, no es lo mismo; y si existe una palabra que resuma lo que nunca puede sentir un turista cuando va a tomar una decisión sobre sus vacaciones esa es: miedo. Sí, ya sé que dicen que el miedo es libre; pero no es cuestión de que nosotros contribuyamos, de forma alarmante, innecesaria e irresponsable a que se propague más allá de nuestras propias fronteras. Vivimos en una aldea global donde es difícil ocultar algo, y a raíz del virus del ébola, hemos pasado -sobre todo el opulento y narcisista primer mundo- de informar de dicha enfermedad como “algo que sucedía allá lejos en África y que afectaba principalmente a los negros” a mirarnos de pronto el ombligo y, presa del peor miedo, de ese temor primario que se deriva de la aversión natural al riesgo o a la amenaza inmediata, hemos comprendido de pronto que nuestro egoísmo es la peor de nuestras debilidades.

De pronto, brota en Madrid el primer caso de contagio de dicha enfermedad fuera del suelo africano y surge el pánico en las bolsas europeas y, tanto las compañías turísticas como las aerolíneas, se desploman en pocas horas siendo la bolsa de la capital española una de las más afectadas ante el miedo de que la enfermedad provoque una caída del flujo de turistas a nuestro país. Y, mientras en Canarias veíamos esta película desde la más absoluta distancia, un importante directivo de hotel me decía que por él comenzaría a controlar los puertos y aeropuertos canarios de forma preventiva porque como se nos metiera en casa el citado virus nos hundiría la actual campaña turística.

Y dicho y hecho. A los pocos días saltó la alarma difundiéndose a toda plana lo que algunos decían ya abiertamente, sin estar seguros de ello, de que se trataba del primer caso de ébola en Canarias. Y es que para algunos lo importante es vender el titular; les da igual dar pábulo a los sensacionalismos, con tal de posicionarse por delante de los demás en la carrera de los medios de comunicación; les importa un bledo la verdad, y, sobre todo, no les importa en absoluto las secuelas económicas, políticas y sociales que las consecuencias de dichas informaciones puedan o no acarrear. De hecho, y mientras los responsables políticos y empresariales que manejan nuestra primera y casi única industria, el turismo, se reunían urgentemente para bandear la crisis que se avecinaba, resultó que el enfermo de ébola en realidad tenía Malaria.

Aún estamos a tiempo. Canarias no puede asumir determinados riesgos. Tenemos, por desgracia, todos los huevos en una misma cesta; y como alguien o algo le de una patada corremos el riesgo de quedarnos sin cesta y sin huevos. Por ello debemos perseguir la idea de la diversificación de nuestros activos; pero también debemos establecer cuanto antes un plan de seguridad que nos garantice cualquier eventualidad que ponga en riesgo nuestro futuro; esa es la única forma de que podamos seguir con nuestra actividad productiva y así poder hacer frente a las situaciones más adversas y contemplar dicho futuro con cierta esperanza.