babilonia en guagua
El circo y la playa
En cuestión de un cuarto de hora, habían instalado a escasos metros del agua, un tenderete, sillas, neveras multicolores con logotipos dignos del Mundial España 82 y toallas a discreción
En estos días azules de verano, toca ir metiendo la guagua en el garaje para que descanse unos días. Han sido 11 meses recorriendo las carreteras baifas en busca de curiosidades que ilustran nuestra particular idiosincrasia, nuestra bipolar forma de pensar —tripolar en ocasiones— y en general nuestro canarian lifestyle.
El otoño se presentará calentito, el año que viene tocan elecciones y huelga mencionar que el personal está ya con las extremidades temblonas a la espera del pistoletazo de salida. Así que más que nunca se necesitan unos días de asueto en cualquiera de nuestras playas.
Aunque nuestras playas ya no son lo que eran. Cuando no es un angelote el que nos a un susto mordiéndonos el talón de Aquiles, es un aguaviva la que nos deja la piel como un Cristo. No falta el especialista en Historia que nos recuerda que “eso antes no pasaba”. Para más señas es el mismo que suele ilustrar con “todo aquello que ves antes eran plataneras”.
Aunque lo más peligroso no es la fauna que habita en nuestra costa, sino la fauna que la visita durante los meses de verano. Incluso la que planifica el territorio, pero eso da para redactar una docena de memorias de plan parcial.
Obviando el punto geográfico y la filiación de los protagonistas de estas líneas queda a la imaginación del lector acotarla a su enclave favorito y a la nacionalidad que proceda. Llegando a una cala más o menos alejada de las furibundas masas que buscan dos metros cuadrados de arena a cualquier precio, la tripulación de esta guagua llegó a un tramo de la costa incómodo. Rocoso, pero en silencio. Las cosas buenas no suelen durar mucho. De dos utilitarios desembarcaron alrededor de una docena de personas. Pese a la distancia, parecían personas. Caminaban erguidos y vestían ropas.
En cuestión de un cuarto de hora, habían instalado a escasos metros del agua, un tenderete (tinglado o toldo), sillas —ninguna repetía modelo o forma—, neveras multicolores con logotipos dignos del Mundial España 82 y toallas a discreción sembrando el suelo a modo sutil de marcaje territorial. Lo mejor estaba por llegar. Lo que parecía una nevera negra, en realidad era un bafle de unos 500 watios que salpimentó con alegres melodías los oídos de todos los que nos encontrábamos en un radio de 3 kilómetros. Como la batería del vehículo nunca se agota cuando uno desea, la duración de la delicada selección musical se extendió durante horas. Total, para no aburrir. Al cabo de un buen rato se fueron. Y en las rocas quedaron los testigos mudos de la visita: latas, vasos de plásticos mordidos (sic) y restos de un arroz que el más osado nunca llamaría paella.
En muchas ocasiones, el problema no es una conspiración mundial que trata de hundirnos. Se trata de una actitud vital que luce por su ausencia la mayoría de las veces. Cuidar nuestro patrimonio no cuesta nada, sólo un poco de civismo. Buenos días, y por si no volvemos a vernos: Buenos días, buenas tardes y buenas noches.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete