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VIVIMOS COMO SUIZOS

Gramsci nunca publicó en «Playboy»

De una revista cuya imagen es un conejo se esperan mujeres desnudas. Pero ya no es tiempo. Ahora van a sustituir la desnudez por sensualidad

Rosa Belmonte

NO conozco a nadie que compre «Playboy». Pero tampoco conozco a nadie que escriba Cartas al director en los periódicos. Sí he visto en casa de algún guarro colecciones viejas de playboys con las hojas pegadas. Imposibles de vender en eBay. También he leído a Edgard Neville, que en 1966 publicó en ABC: «El calendario es para recordarnos lo que debíamos haber hecho ayer y no hicimos. Por eso yo sólo tengo el calendario de “Playboy”, con unas chicas estupendas y los números del mes tan pequeñitos que apenas se ven». Claro que la revista fundada en 1953 por Hugh Hefner y su bata forma parte de la cultura popular (el cerebro era Victor Lowness), pero que vaya a dejar de sacar chicas desnudas lo único que demuestra es que el mercado manda. Tanta tabarra que dieron las feministas con las chicas en cueros de la página 3 en «The Sun» y mira cómo las cosas llegan a su fin por extinción y aburrimiento. No hace falta papel, dicen algunos gurús. Existiendo internet, no hacen falta chicas desnudas en el papel. Ya no es la época de Walter Cronkite, cuando decía que la diferencia entre el periodismo objetivo y las columnas de opinión era la misma que había entre la Biblia y el «Playboy». Gloria Steinem se puso un rabo en 1963 y se infiltró en el Playboy Club de Nueva York para hacer su conocido reportaje en «Show Magazine». Luego soltó aquella memez de que una mujer leyendo el «Playboy» se sentía igual que un judío leyendo un manual nazi. El feminismo tiene siempre que sobreactuar cuando se desarrolla en sitios donde no se lapidan señoras.

De una revista cuya imagen es un conejo se esperan mujeres desnudas. Pero ya no es tiempo. Ahora dicen sus responsables que van a sustituir la desnudez por sensualidad, una de esas palabras que, como glamour, tiene tantas capas de pintura y suciedad que no se sabe qué significa. En el intento de no caer en la irrelevancia también han incluido la publicación de cosas de chicas. Por ejemplo, reportajes sobre violaciones en las universidades o artículos sobre el Gamergate (la controversia sobre el sexismo en los videojuegos). «Esquire» ha nombrado a Emilia-Khaleesi-Clarke la mujer viva más sexy (lo de estar viva siempre es un aspecto importante). Emilia Clarke, que se parece muchísimo a Inés Arrimadas, aparece en la portada desnuda, acostada boca abajo y con una sábana tapándole el tralará. El reportaje consta de una lúbrica sesión de fotos y un extenso artículo sobre la actriz. A «Playboy» hace tiempo que le comieron la tostada.

Espero que cuando hablan de sensualidad se refieran a llamar a Joan Collins (le propusieron posar en 1985, a los 49, y estaba encantada). O a producciones como la de Pierrette Lalanne en 1987. La madre de Marine Le Pen se vengó de su marido, que en el divorcio la había mandado a fregar, expresión española para lo que le dijo: «Si quieres dinero, trabaja de sirvienta». Y se puso a fregar a cuatro patas, con cofia y mucho recochineo. Posando para la revista americana. Ese reportaje es mejor que cualquiera de los textos de Cheever, Updike, Ursula K. LeGuin o Margaret Atwood que te lanzan a la cabeza para tratar de demostrar que «Playboy»es algo más que mujeres desnudas. También « Interviú». Pero nadie ha comprado el «Playboy»por los artículos (excepto, quizá, los autores). Eso sería actuar como Sócrates, el futbolista brasileño, al llegar a Florencia. Cuando le preguntaron por sus jugadores italianos favoritos contestó que no conocía muchos, que había fichado por la Fiorentina para estudiar a Gramsci en su idioma original. Este tampoco compraría «Playboy».

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