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POSTALES

Berlín, la nueva Roma

La Unión Europea ha sido víctima de su propio éxito, con todo el mundo ansioso de pertenecer a ella

José María Carrascal

Los separatistas catalanes no ganan para sustos. El último se lo ha dado la cancillera Merkel al advertir, tras entrevistarse con Rajoy, que el principio de la integridad territorial está en los tratados de la Unión y todos debemos respetarlo. ¿Van a seguir Mas y compañía sosteniendo que Cataluña continuará en la UE de separarse de España? Pues si durante mucho tiempo todos los caminos iban a Roma, hoy van a Berlín. Alemania ha sido el único país europeo que ha resistido la crisis, por haber hecho las reformas económicas necesarias, con aquel «Plan de ajuste 2010», para absorber los 17 millones de «inmigrantes» internos al producirse la reunificación. Mientras al resto de los europeos nos cogió en cueros. Nada de extraño que el alud de refugiados se dirija a Alemania y que los europeos le pidan que lidere.

Alemania lo hace, no con los tanques, sino con el ejemplo y la ayuda. Sus dos intentos de liderar Europa el pasado siglo terminaron en desastre para Europa y para ella. Tras el segundo, en ruinas, dividida y a punto de desaparecer –el plan Morgenthau proponía convertirla en un «país agrícola»– decidió que aquello no podía repetirse. Que era necesario unificar Europa. Se empezó con lo más elemental, el carbón y el acero, y hoy, con 28 miembros, lo abarca todo.

Pero la Unión Europea ha sido víctima de su propio éxito, con todo el mundo ansioso de pertenecer a ella, no sólo en Europa, sino también en el Oriente Medio y el África subsahariana. Con la consecuencia de que pueden aplastarla, pues llegan refugiados hasta de Bangladesh, y la población local está cada vez más soliviantada.

Ya decía Hegel que un geniecillo irónico mueve los hilos de la historia y a su país le ha tocado el honor y la carga de liderar Europa cuando los alemanes habían renunciado a ello. Sería fácil si todos los europeos fueran como los alemanes –sobrios, disciplinados, responsables–, pero resulta que buena parte de ellos no lo somos: somos indisciplinados, desmedidos, autocomplacientes. Si a ello se une el tsunami de refugiados extracomunitarios en busca de rehacer sus vidas en paz, justicia y bienestar, algo que sus países de origen les niegan, tenemos la tormenta perfecta.

Alemania sola no puede absorberlos a todos. Es muy posible que ni siquiera pueda Europa, de ponerse en marcha África y Asia. A Frau Merkel le ha tocado la tarea de manejar esta dificilísima situación: si acentúa su liderato, los demás europeos la acusan de dictadora y hasta le pintan el bigotillo de Hitler. Pero si no lo ejerce, la tachan de egoísta, como también ha ocurrido. Claro que lo que quieren todos es que siga pagando la factura, pero ni siquiera las arcas alemanas dan para tanto. Por fortuna, tiene al lado un partido socialista que antepone el bien del país a la lucha ideológica, lo que ayudará a salvar las dificultades. ¡Quién lo tuviera!, piensa uno, mientras hace cábalas sobre si los secesionistas catalanes escucharán a la mujer más poderosa del mundo.

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