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UNA RAYA EN EL AGUA

Implementar

Por no aceptar el impacto de ataúdes de soldados, Europa se enfrenta ahora a cientos de cadáveres civiles sin féretros

Ignacio Camacho

La Unión Europea es esa institución que nunca sabe qué hacer en una crisis. Sin cohesión política ni operatividad ejecutiva, carece de capacidad de respuesta inmediata ante una emergencia monetaria, social, bélica o migratoria. Simplemente ha crecido más de lo que podía controlar y no dispone de mecanismos de resolución útiles. Se le atraganta cualquier conflicto –Kosovo, Grecia, la primavera árabe– y ha dejado de ofrecer confianza. Lo único que tiene, por ahora, es dinero, y ni siquiera sabe articular criterios para usarlo con eficacia. Sus tratados están llenos de goteras porque no estaban pensados para situaciones de tensión máxima.

Trescientos mil refugiados ante sus fronteras – barbari ad portas – han tumbado en la práctica el acuerdo de Schengen. La libre circulación de personas y capitales no preveía el tránsito multitudinario de tantos parias. Pueden ser muchos más, millones tal vez, ante el desconcierto de las autoridades comunitarias que no fueron capaces de imaginar las consecuencias de su absentismo en la geoestrategia mediterránea. Se cruzaron de brazos en Libia, en Siria, en Irak, en Egipto, sin calcular que esa deserción iba a provocar grandes movimientos de masas. Permitieron la destrucción de Estados enteros sin que creciese nada en su lugar. O sí: creció la yihad, la barbarie. Y su secuela de gente huyendo en busca de cualquier futuro desesperado. Ahí están. Su presión sobre el blindaje fronterizo occidental es el precio de la falta de compromiso para estabilizar los territorios abandonados a su suerte. Que era la nuestra.

Europa no quería aceptar el impacto sobre su opinión pública de los ataúdes con soldados dentro. Ahora tiene que afrontar el de cientos de cadáveres sin féretros. En el mar, en camiones-nevera, en travesías suicidas desde el desierto. Hombres, mujeres y niños empujados por el instinto de la supervivencia. Ellos vienen aquí porque nosotros no hemos ido allí. Si se quedan en sus casas morirán de todos modos, de hambre o decapitados por los islamistas que por ende se infiltran también entre las masas de desplazados. Hay varias preguntas antipáticas que hacer al respecto: ¿duelen menos esos muertos ajenos que los propios? ¿Cuántos cuerpos de inmigrantes se necesitan para conmover a un europeo tanto como la posibilidad de un militar profesional caído en combate?

El buenismo es una moral confortable que queda a prueba cuando el confort se resquebraja. La crisis migratoria interpela a las éticas indoloras: hay que actuar y todas las soluciones son incómodas. Hace meses, los conspicuos responsables de Frontex reprochaban a la Guardia Civil de Ceuta unos disparos de pelotas de goma. Ahora dicen que van a «implementar» compromisos militares y humanitarios a gran escala. Estamos salvados. Implementar es el abracadabra de los burócratas. Más vale que implementen, sí. Pero rápido.

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