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VIDAS EJEMPLARES

Nuestro petróleo

Lo que harían otros con el patrimonio cultural de España...

Luis Ventoso

Las comparaciones son odiosas, dicen. Pero resultan ilustrativas. Hace unos días tuve la ocasión de asistir al sarao con el que Londres presenta su temporada cultural de otoño. Abrieron durante la noche un ampuloso museo victoriano de Kensington y vendieron su percal ante unos cuatrocientos periodistas, muchos extranjeros. Una flota de camareros hacía correr el espumoso italiano –algún día descubrirán que el cava le da un par de vueltas– y volaban las bandejas de pinchos alambicados. El alcalde, el inteligente e histriónico Boris Johnson, proclamó sin empacho y con facunda hipérbole que Londres cuenta con «la mayor y mejor oferta cultural del mundo». Una actriz de fama local lanzó una perorata trufada de chistes. Pero en realidad era un ejercicio de orgullo patriótico, que ensalzaba por todo lo alto el teatro, la música y el arte de su país. Enormes carteles anunciaban los hitos de la temporada: una muestra de las agudas coñas del disidente chino Ai Weiwie; otra de la cacharrería espacial de la extinta URSS y una que brillaba sobre las demás, la mayor exposición jamás organizada de los retratos de Goya, que albergará la National Gallery.

Aunque fue un rato agradable, como español salías de allí con el ánimo nublado. Mientras nuestra estrafalaria e inoperante alcaldesa de Madrid se dedica a poner verde a su propia ciudad y a mentir pregonando que más de 20.000 niños pasan hambre, otras urbes sacan pecho de lo suyo y efectúan competentes ejercicios de marketing, que les permiten triunfar en la liza mundial de las grandes metrópolis. Mientras Londres sabe que sus musicales del West End, sus conciertos de rock, su ópera y sus exposiciones son un imán de enorme peso económico y un emblema nacional, la flamante presidenta de la Comunidad de Madrid suprime la Consejería de Cultura. Mientras los actores y escritores británicos asumen que les va en la nómina afectiva ser embajadores de la gloria cultural de su país, los nuestros, con alguna ejemplar excepción como las de Banderas, Plácido Domingo o Ainhoa Arteta, se abonan a «La Zeja» de turno y a echar pestes de lo nuestro (véase la reciente bobería de Nacho Duato, o el clásico soniquete despectivo de Almodóvar y la saga Bardem). España, la tierra del castellano, con un patrimonio monumental apabullante, la patria de Cervantes, Velázquez, Rosalía, Lorca, Picasso y Gaudí, no tiene ya siquiera ni un Ministerio de Cultura. Qué triste y qué revelador que la mayor exposición de los retratos de Goya se les ocurra hacerla... a los ingleses (y mayormente con préstamos españoles).

Ayer se murió al magnífico Rafael Chirbes. En su novela «Crematorio» destripó como nadie la carcoma moral, el trepismo y la corrupción de nuestra orgía del ladrillo. ¡Ay si Chirbes, en vez de ser un señor valenciano de Tabernes de Valldigna, con pinta de taxista, hubiese sido de Manhattan o de Misisipi! Cómo babearíamos con lo suyo. Cuán «cool», que dicen los muy petardos, sería citarlo, portar sus novelas como talismán de modernidad (como se hace con el repetitivo Paul Auster, o con el último japonés de prosa de acné juvenil).

Tampoco en la cultura nos queremos.

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