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PECADOS CAPITALES

La escena del sofá de la izquierda

Alberto Garzón está decidido a arrastrarse para que Iglesias le acepte; ayer le volvió a decir que no. IU morirá en las generales

Mayte Alcaraz

El sábado en que se constituían los nuevos ayuntamientos, en el Palacio de Cibeles se produjo una escena simbólica a modo de última palada sobre los restos de Izquierda Unida: el abrazo del oso de Pablo Iglesias a Alberto Garzón. Pocos repararon en ella, pero supuso toda una declaración de intenciones de la muerte consentida de la antaño tercera fuerza política en España. Aunque las alianzas que han saltado a los titulares son las vergonzantes que ha suscrito Podemos con la izquierda nacionalista, apadrinadas en la mayoría de los casos por el solícito PSOE de Pedro Sánchez, un pacto tácito, no declarado pero no por ello menos sólido, se fraguó durante los pasados meses entre la fuerza radical e Izquierda Unida. El objetivo, nunca reconocido pero firmemente asentado, era hacer desaparecer a la coalición de izquierdas que en las europeas había iniciado un camino de ascenso electoral, para dejarle a Podemos la hegemonía absoluta, el camino expedito. Voilà. Objetivo cumplido.

Las últimas autonómicas y municipales, en las que IU ha perdido 400.000 votos, dieron indirectamente la razón a Alberto Garzón: esta formación ya no existe, ni falta que hace. Ayer, indesmayable, el candidato a las generales volvió a hincarse de hinojos ante Iglesias. Otra escena del sofá, con un resultado conocido: no. Su política solo le ha permitido sobrevivir en escasos lugares, como en Ferrol, donde una candidatura unitaria encabezada por un alcalde de esta coalición se ha hecho con el poder. Lo sorprendente es que el diputado por Málaga está jaleando estos días el experimento que ha llevado al partido que debió defender a desaparecer de, sin ir más lejos, el Ayuntamiento y la Comunidad de Madrid. Ha visitado durante estos días Galicia para defender que, allí donde la marca ha sido diluida en una plataforma (marea) capitaneada por Pablo Iglesias, ha logrado no morir. Es decir, para Garzón la desaparición como partido es la única solución para mantener el poder, por inane que sea.

La hazaña de quien debería haber dimitido la noche electoral andaluza, cuando dejó a sus siglas como quinta fuerza política (a punto de perder grupo parlamentario), y sobre todo tras las municipales del 24 de mayo, consiste ahora en conseguir lo que él llama «desfederalizar» a Madrid de esta coalición. Va a intentar intervenir para apartar a sus actuales dirigentes, con los que está enfrentado abiertamente porque se negaron a entregarse en manos de la fuerza antisistema, y si no, provocará un cisma. Pero el candidato tiene un problema que se suma al desdén de su amigo Iglesias: aunque Cayo Lara está ya de retirada, sigue apoyando a la federación madrileña y se ha convertido en una piedra en su camino hacia ninguna parte. Mientras tanto, Garzón sigue sumando victorias hasta la derrota final. La penúltima, Tania Sánchez delante del juez.

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