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EL BURLADERO

Lo siento, Vicente

La mala suerte de Vicente es que lo ha juzgado la Sala Segunda de lo Penal de la Audiencia Nacional

Carlos Herrera

Hay un pobre imbécil llamado Vicente Marco Ibáñez que, si Manuela Carmena y su cohorte de complacientes no lo impiden, va a entrar en prisión. O no, ya que son dos años, en principio. ¿Su delito?: apología estúpida del terrorismo. Este pobre cretino publicó en su muro de Facebook mensajes y fotografías que pueden ser considerados perfectamente una ofensa a las víctimas del terrorismo, que son todos aquellos que han muerto o sufrido por la acción asesina de grupos como la ETA o el Grapo. Este pobre capullo escribió en su muro: «Gora ETA, Libertad Presos Políticos, Miguel Ángel Blanco mejor muerto». A las palabras añadió, por si fuera poco, una foto del concejal asesinado por Gaztelu y Lasarte. No fue lo único que este pobre diablo publicó: dijo que el zulo en el que estuvo preso Ortega Lara durante casi seiscientos días tenía más metros cuadrados que las viviendas que habitan muchos españoles. Añadió más consideraciones. Todas ellas relacionadas con la exigencia de libertad de «presos políticos», que es como este tipo considera a los convictos por terrorismo, bien sean de ETA, bien del Grapo.

Como digo, el individuo en cuestión ha sido condenado a dos años de prisión, cosa que, de no ser la Pantoja, no comporta ingreso entre rejas. A no ser que mañana sea sorprendido en un control de alcoholemia con más cervezas de la cuenta. Bien: no consideremos que lo mejor para este fulano sea ingresar en un centro penitenciario; entendamos que es suficiente con el apercibimiento social que comporta una sentencia pública de la que se hace eco un medio de comunicación. Seguramente, hoy este tipo se lo pensará dos veces antes de mostrar sus propias limitaciones intelectuales y sensoriales en una red social. Y la sentencia puede servir para que esa selva abigarrada de cabrones que transita por las redes se lo piense también antes de decir barbaridades como las de este valenciano. No es el único, ni es un caso aislado: en el supuesto amparo del anonimato son muchos los hombres y mujeres que, sin implicación directa con eso que algunos llaman «el conflicto», se permiten exhibiciones estúpidas como la mentada. Se excusan con el argumento de ser «víctimas de un calentón», cuando simplemente son unos indeseables, no unos pobres mártires de la ligereza expositiva a la que invita la facilidad de un teclado conectado con el mundo.

La mala suerte de Vicente es que lo ha juzgado la Sala Segunda de lo Penal de la Audiencia Nacional. De haber sido otra, es decir, la de los liberadores de etarras con prisa perruna, Sáez Valcárcel, Manuela Fernández Prado y el tercero que no me acuerdo, y disculpen que no pare a recordarlo, habrían acariciado a Vicente en la cabeza y lo habrían reconvertido con buenas palabras, invitándole a un desayuno en el bar de los juzgados en compensación por el mal rato pasado. No digamos la flamante Manuela Carmena, esa indeseable de extrema izquierda que puede llegar a ser alcaldesa de Madrid y que en declaraciones al programa de Pablo Iglesias financiado por la dictadura iraní afirmó que más del noventa por ciento de los presos de España deberían estar libres. Indudablemente, Vicente no pasaría de ser un diablillo al que llamar la atención. O ni siquiera eso. Libertad de expresión, aunque suponga un atentado a las víctimas del terrorismo, a las familias de los asesinados, de los torturados, de los secuestrados, a los supervivientes de las acciones criminales de toda esa pandilla de asesinos medio impunes que circulan por España y por otros lugares, aplaudidos por concejales y diputados, por seguidores desacomplejados y por los cientos de individuos que repiten sus excrecencias por las redes. Ignoro de qué escombrera intelectual surgen. Sólo sé que están ahí. Y que, afortunadamente, de vez en cuando hay jueces que los ponen en su sitio.

Lo siento, Vicente.

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