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COSAS MÍAS

Rivera y su «mancha»

La militancia de Albert Rivera en Nuevas Generaciones del PP entre 2002 y 2006 es una mancha, un dato que es mejor no recordar, que conviene olvidar

Edurne Uriarte

La militancia de Albert Rivera en Nuevas Generaciones del PP entre 2002 y 2006 es un dato bien conocido desde hace muchos años, pero ha vuelto a los medios de comunicación estos días. Y tiene interés la vuelta, no por el hecho en sí, perfectamente respetable, sino por la misma razón que tuvo en su día la noticia, por la vergüenza mostrada por Ciudadanos y por Rivera respecto a ese pasado. Como si fuera una mancha, un dato que es mejor no recordar, que conviene olvidar, porque perjudica, creen, la imagen del candidato.

Resulta muy sorprendente, pero, cuando le preguntaron por esto a Rivera en TV3 en 2006, se disculpó por tal pasado e intentó argumentar que en realidad él no quiso ser afiliado, sino sólo simpatizante, y que su objetivo era estar al corriente de los planteamientos del PP. Vamos, que se había afiliado para infiltrarse en la organización y conocerla por dentro. Que no era lo que parecía. Que estaba allí a título informativo. Y lo mismo dijo su partido para justificar tamaña vinculación.

La historia es algo más que una anécdota biográfica, ayuda a analizar otros fenómenos políticos ligados a la eclosión de Ciudadanos. Entre otras cosas, su éxito en determinadas esferas o la paradoja de que este partido parezca representar para algunos la defensa de España en Cataluña mejor y con más contundencia e integridad que el propio PP. Le pregunté por esto último a Alberto Fernández, uno de los líderes del PP catalán, en una entrevista en 13TV el miércoles pasado. Y me contestó que el nacionalismo catalán concentra sus ataques en el PP y no en Ciudadanos. Exactamente lo mismo que les pasa a bastantes intelectuales y periodistas del resto de España, incluidos algunos de la derecha. Y no sólo porque el PP catalán o el de cualquier otro lugar represente al Gobierno, al Estado y a las instituciones de defensa de la unidad nacional. También porque el PP no sólo es español en Cataluña, como Ciudadanos, sino que es, además, de derechas. Y eso son palabras mayores. Ser español y de derechas es el colmo de la incorrección política en Cataluña y en bastantes círculos periodísticos e intelectuales.

Por ahí se entiende parte del éxito de Ciudadanos. Que no se relaciona tanto con la corrupción de los grandes partidos tradicionales, o la supuesta falta de democracia interna de esos partidos, o la renovación representada por Rivera, aunque lleve una década al frente de su partido y con vocación para tres o cuatro décadas más. Se trata más bien de que Ciudadanos no tiene la «mancha» de origen que afecta al PP. Ser de derechas, y en Cataluña, que es peor. Como en el País Vasco. Demasiadas manchas juntas, demasiada españolidad tradicional concentrada para liderar la renovación de los viejos partidos, según algunos. Así no hay forma de parecer moderno, cool, nuevo. De ahí que a Rivera y a Ciudadanos ese dato del pasado les parezca poco presentable, un muerto en el armario, como escribí hace algún tiempo. Como si a Pablo Iglesias le saliera ahora un pasado en traje y corbata, pelo corto y discurso socialdemócrata. Destructivo para el nuevo look y, sobre todo, para sus valoraciones de los adversarios.

Y la campeona de las paradojas en esta historia es que algunos de los admiradores de Rivera sean los mismos que le pidan a Rajoy más discurso político.

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