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EL RECUADRO

Los chupacámaras

En España hemos convertido a los chupacámaras no sólo en un partido, sino en una seria alternativa de poder

Antonio Burgos

En España hemos convertido a los chupacámaras no sólo en un partido, sino en una seria alternativa de poder

Entre la muerte de la Duquesa de Alba, la irresistible ascensión de Podemos en las encuestas, el jubileo circular del Pequeño Nicolás y el ingreso penitenciario de Isabel Pantoja en su propia copla, o sea, en la cárcel de oro de León y Quiroga, los chupacámaras tienen días de gloria. ¡Que le gusta al español chupar cámara! Pegar un chupetón importante de notoriedad. Es la traducción española de los cinco minutos de fama a los que según Andy Warhol todo el mundo tiene derecho en Nueva York. El chupacámaras ha sustituido a especímenes hispánicos de honda raigambre en el rechupeteo. Esos especímenes clásicos podían ser el «chupóptero» que como un entomólogo de la poca vergüenza descubrió a miles José María García en el fútbol. O las subespecies de sacristía, cual el chupacirios y el chupalámparas. Por no citar, clásico entre los clásicos, el chupatintas español de siempre, el de las covachuelas de Larra y el «vuelva usted mañana». Y por no hablar del chupapiedra gaditano, que no es un molusco de La Caleta, precisamente... Bueno, molusco sí que es el chupapiedra gaditano, émulo de la chirla y del ostión, pero pregunten a personas de gadirense solvencia, por ejemplo a Hughes, que se lo podrán describir con mayor fundamento, pues ahora estamos en horario infantil. Y sin tanto temor como en Puerto Rico se le tiene al chupacabras, casi mitológico monstruo que todo el mundo sabe cómo es pero que nunca nadie ha visto, aunque te enseñen las fotos que le hicieron por los humedales de El Yunque.

El chupacámaras español es aquel que sale muchísimo en televisión por la única razón de que sale mucho en televisión. Y que retratan mucho para los diarios y las revistas por la única razón de que suele salir fotografiado en diarios y revistas. Algún desconocedor de la profundidad y extensión del fenómeno podría decir que el símbolo del chupacámaras español es el Mocito Feliz, ese personaje como enano de Velázquez crecidito y metido en carnes que no sé como se las avía para estar presente en todos los grandes fastos de la prensa del corazón. Aunque esta vez, ay, lo hemos echado de menos a la entrada de la cárcel de mujeres de Alcalá de Guadaíra, población que deberá tener un detalle con Isabel Pantoja, porque gracias a su encarcelamiento todos los españoles hemos aprendido a poner en su sitio la tilde y el acento de la voz «Guadaíra», deshaciendo, con el diptongo, el equívoco en la manera de pronunciar el nombre de este hermoso río de pan llevar, tributario del Guadalquivir.

Toda España habla de un chupacámaras que se ha hecho famoso por eso mismo, por salir en plan Mocito Feliz con lo más granado de La Moncloa, de La Zarzuela, del Gobierno y del CNI. Hablo del Pequeño Nicolás, que por si no estuvieran ya desgraciadamente resucitadas las dos Españas exhumadas por Zapatero, ha vuelto a enfrentarnos. Los españoles nos dividimos ahora en dos grandes grupos: los que creemos que el Pequeño Nicolás es un chufla chupacámaras y los que están convencidos que de verdad es un espía, agente del CNI, que sabe tela y que como se ponga a largar de todo esto va a temblar el misterio.

Y sobre un fondo de plañideras chupacámaras que en su vida le echaron cuenta a la pobre y que ahora lloran a moco tendido por Cayetana, los de siempre: los de Podemos. En España hemos convertido a los chupacámaras no sólo en un partido, sino en una seria alternativa de poder. ¿Qué hubiera sido Podemos sin chupar cámaras a discreción en La Cuatro y La Sexta? Nada. Nada con coleta. Y ahí los tienen a los tíos, de primera fuerza política. Y todo, por haber aplicado a nuestra idiosincrasia la famosa tesis de Julio Anguita: «Programa, programa, programa... de televisión». Con el predicamento que tienen aquí los chupacámaras, está chupado llegar al poder. Hombre, sobre todo después de que tantos se hayan hartado de chupar del bote con una poca vergüenza que no te quiero ni contar...

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