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EL ÁNGULO OSCURO

La baronesa al desnudo

Thatcher fue una atila de la justicia social, con multitud de leyes en el ámbito sociolaboral, muchas a requerimiento de Hayek

JUAN MANUEL DE PRADA

MI admirado Ramón Pérez-Maura me reprochaba en un artículo reciente que tildase a Margaret Thatcher de «promotora del homicidio a granel del inocente», «atila de la justicia social» y «enemiga de la Hispanidad». Trataré de exponer aquí muy sucintamente algunos datos oficiales que confirman que mis remoquetes no eran vituperios, sino descripciones. Utilizaré en la exposición una prosa catastral, aliviada de las mordacidades y demás bisturís retóricos que caracterizan mi escritura, pues por nada del mundo quisiera que este artículo se interpretase como un sarcasmo dirigido contra mi detractor, a quien tanto respeto y aprecio, máxime cuando soy plenamente consciente de que los hechos que aquí se exponen serán para él acerbos y desconsoladores.

Margaret Thatcher fue, en efecto, una promotora del «homicidio a granel del inocente». Mi admirado Pérez-Maura interpretó esta expresión en su artículo en el sentido más divulgado y progresista, como favorecedora del genocidio de gente talludita, cosa que efectivamente no fue, aunque tal vez se quedara con las ganas, pues el diplomático sir David Goodall nos narra que en cierta ocasión le propuso acabar con el problema de los católicos irlandeses mediante la expeditiva «solución Cromwell». Pero por «homicidio a granel del inocente» yo me refería al aborto, cuya práctica se incrementó en un 25 % entre 1979 y 1990 (de 149.000 a 187.000 anuales), hasta completar la pavorosa cifra de más de dos millones de abortos durante sus mandatos. Además, durante los gobiernos de la Thatcher se aprobó la «Human Fertilisation and Embryology Act» de 1990, que eliminaba muchas de las restricciones para abortar contenidas en la «Abortion Act» de 1967.

También fue una implacable «atila de la justicia social». Contrariando la tradición de la Common Law, la Thatcher promulgó multitud de leyes en el ámbito sociolaboral, muchas de ellas a requerimiento de Hayek, que le pedía que aplicase las mismas reformas que Pinochet estaba aplicando en Chile. Thatcher reconoció por carta a Hayek que estas reformas eran «bastante inaceptables» en un país regido por «instituciones democráticas», pero el hecho es que acabó imponiéndolas. Restringió el derecho de huelga, desreguló el mercado laboral y los mercados financieros y redujo los programas de ayuda social y las garantías del trabajador en caso de despido. La tasa de desempleo, que en 1975 era del 4%, alcanzó cotas de casi el 12% durante su mandato; el nivel de pobreza, que en 1979 era del 13,4%, había alcanzado el 22% en 1990. En este lapso de tiempo, también aumentaron las tasas de alcoholismo y suicidios.

Y, en fin, la Thatcher fue una declarada «enemiga de la Hispanidad». Ya contamos en un artículo anterior con qué ligereza bromeaba con la posibilidad de bombardear Madrid, si España osaba reclamar Gibraltar. Mi admirado Pérez-Maura reconoce que las Malvinas son argentinas; pero tal vez haya olvidado que, para celebrar la victoria británica en aquellas islas, su venerada baronesa ordenó que el desfile militar se celebrase el 12 de octubre, para escarnecer la Hispanidad. Es cierto, sin embargo, que su odio no se extendía a todos los gobernantes hispánicos; a Pinochet, por ejemplo, lo admiraba profundísimamente, y en sus postrimerías lo agasajó regalándole un plato de plata que conmemoraba… la derrota de la Armada Invencible.

Promotora del homicidio a granel del inocente, atila de la justicia social y enemiga de la Hispanidad, Margaret Thatcher no logrará, sin embargo, que me enemiste con mi admirado Ramón Pérez-Maura, a quien mando un fuerte abrazo español.

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