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POSTALES

Viejo y nuevo comunismo

A bastantes españoles parece no desagradarles. Les convendría una ración de Podemos

José María Carrascal

Podemos empezó siendo una curiosidad, una anécdota, el último Harry Potter, un chico con coleta en mangas de camisa, diciendo por televisión que el rey –los grandes partidos– iba desnudo. Luego, fue el catalizador de toda la indignación de los españoles por unos recortes que les advertían que no eran tan ricos como creían. Por último, un revulsivo, al constatarse que la recuperación iba a durar mucho más de lo que se creía y puede que nunca se alcanzaran los niveles de antes. Fue cuando incluso seguidores del PP empezaron a ver en Podemos el instrumento para vengarse de los que les habían engañado. De los del PSOE e IU, mejor no hablar.

Paralelamente a esta evolución de la ciudadanía, traducida en votos reales en las elecciones europeas y en votos teóricos en las encuestas, Podemos ha ido experimentando también una evolución. En un principio, Pablo Iglesias era «el nuevo chico en el barrio», que llamaba la atención. Ante una realidad tan dura como larga, caló su denuncia, centrada en los privilegios y corrupciones de la clase política. A estas alturas es el vengador, que dará a la «casta» lo que merece. Todo ello más visceral que racional, sentimientos no razonamientos, pero que encaja con nuestra tendencia a ir de un extremo a otro sin pensar en las consecuencias. Es el momento en que Podemos ha decidido convertirse en partido político, de olvidarse de «romper caras» para convertirse en «escoba», de dejar de ser un experimento para buscar lo que su nombre indica: poder. Poder no compartido, democrático, sino el total, el absoluto. Para ello ha empezado nombrando a Pablo Iglesias secretario general, que ya sabemos lo que significa en formaciones como la suya: máximo líder, rodeado de un equipo que obedece cuanto ordene.

Podemos es la versión española del bolchevismo soviético, como Castro fue la versión cubana o Chávez, la venezolana. Un leninismo-estalinismo colorido, al que se le había quitado el marxismo, ya que Marx había predicho que la revolución proletaria tendría que suceder a la burguesa, y Lenin, Stalin, Castro y Chávez no tenían tiempo para ella. Así que hicieron la suya a la brava, como una operación sin anestesia: hay que acabar con el capitalismo explotador, corrupto, ineficaz, sostenido por los ricos, las multinacionales, los bancos, los partidos políticos tradicionales, creadores de la injusticia y la miseria de los trabajadores. Hay que acabar con la democracia parlamentaria, encubridora de todo ello, para sustituirla por la democracia popular, en torno al partido único y al máximo líder, que vive, piensa y trabaja solo para el pueblo. ¿Libertad de asociación, de palabra, de disentir? ¿Para qué?, contestó Lenin a Fernando de los Ríos o contestaría Chávez, de quien, por cierto, Iglesias era consejero. Adónde conduce lo sabemos: a opresión, a muros, a más miseria.

A bastantes españoles parece no desagradarles. Les convendría una ración de Podemos.

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