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lluvia ácida

El tirador

Estados Unidos acaba de poner nombre propio a uno de sus héroes. Mientras, en los Seals hay disgusto porque quebrantó la regla de la clandestinidad

David Gistau

Matt Bissonnette, cuya infancia transcurrió en Alaska, es uno de los dos únicos supervivientes de los más de veinte integrantes del equipo del Team 6 de los Seals que participó en la operación de Abbottabad. Desde ayer conocemos el nombre y el aspecto del otro superviviente: Robert O’Neill. En realidad, si se tiene interés, es fácil averiguar la identidad y encontrar fotografías personales de los Seals de Abbottabad que murieron durante operaciones posteriores, dieciséis de ellos al mismo tiempo al ser derribado su helicóptero durante un intento de rescate en un episodio recogido por la película «Soul Survivor». En la web abundan los tributos y las páginas memoriales dedicadas a estos hombres, en cuyas localidades de procedencia hay carreras populares, colegios y hospitales que conservan sus nombres.

Con el seudónimo de Mark Owen, Bissonnette fue el primero en romper el código de silencio al escribir un libro, titulado en España «Un día difícil», sobre la muerte de Bin Laden y, en general, la vida en los Seals. Además de una extensa narración de la operación Gerónimo y de otras, como la liberación del capitán Phillips, el libro repara en anécdotas y rutinas de convivencia tales como que los Seals de la costa Este aún se mofan de los de la costa Oeste porque, en los años noventa, éstos posaron con el torso desnudo para un calendario que inspiró fantasías eróticas. Se da la circunstancia de que Bissonnette entró detrás de O’Neill en la estancia en la que Bin Laden fue abatido. Ambos hicieron las fotografías que sin duda, ahora que todo lo referente a la operación está emergiendo, terminaremos por ver. Me complace poder poner cara a ambos para imaginarme mejor una escena relatada al final del libro. Nada más concluir la operación, los Seals de Abbottabad comieron pizzas y fueron devueltos a los Estados Unidos con el compromiso de secreto, incluso ante sus propias familias, que es norma de la unidad. Bissonnette tenía la superstición de ir siempre al mismo Taco Bell’s al regreso de una acción. Mientras hacía cola delante de la caja, la CNN dio la noticia, y en el restaurante de comida rápida se armó un gigantesco revuelo con alardes patrióticos. A Bissonnette le hacía gracia que nadie pudiera sospechar de dónde venía. Aún más prosaico fue el regreso de Robert O’Neill. El tirador que mató a Bin Laden abrió la puerta de casa apenas unas horas después de hacerlo y sin poder contárselo a su mujer, que lo primero que hizo fue ponerle entre los brazos a un niño cagado para que le cambiara el pañal.

Estados Unidos acaba de poner nombre propio a uno de sus héroes. Al mismo tiempo, en los Seals hay disgusto porque quebrantó la regla de la clandestinidad y porque, como si se hubiera apoderado de él un individualismo de recordman deportivo, ha hurtado a la unidad la noción del mérito colectivo que siempre importó más que ser entrevistado en la Fox.

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