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VIDAS EJEMPLARES

Conservador, sí

El filósofo Roger Scruton abrillanta una ideología mal contada

Luis Ventoso

El filósofo Roger Scruton abrillanta una ideología mal contada

EL socialismo está en el diván por su impericia económica. Incapaz de cuadrar las cuentas, se ve forzado a recurrir a las fórmulas de gestión de sus adversarios liberales para sostener el Estado del bienestar que inventó. Los socialistas más honestos lo reconocen. Como el primer ministro francés, Valls, que ha mentado lo innombrable: tal vez es hora de retirar a su partido el apellido «socialista».

Pero también la derecha anda despistada. El filósofo inglés Roger Scruton, de 70 años, hijo de Cambridge, un personaje que ha compuesto dos óperas, se ha lanzado a una apasionante meditación sobre cómo ser conservador en el siglo XXI. Arranca confesando que está en minoría en el mundo académico anglosajón, pues «el 70% se siente de izquierdas». Y hasta bromea comparando a los conservadores con lo que Proust decía de los homosexuales en los salones de París, «que eran como dioses de Homero, que se reconocían mientras se movían en el mundo de los mortales disfrazados bajo sus túnicas». El filósofo aporta dos ejemplos británicos para explicar la desviación de los principios del conservadurismo en el partido que dice encarnarlos. Uno es la estampa de Osborne, el ministro de Economía de Cameron, vociferando a los delegados en el congreso del Partido Conservador: «¡Elegid la codicia!». El otro, la triste manera en la que los tories eludieron apelar a los valores en la campaña de Escocia, cuando lo que se dirimía eran conceptos como solidaridad y unión. Los partidos de derechas se equivocan al desdeñar el valor de las ideas abstractas.

Pásmense: Scruton sostiene que conservadurismo es justo el reverso de materialismo y que el asunto no va de crear plutócratas. Lo que él quiere conservar es «el derecho a vivir nuestra vida como queremos», la seguridad de que contaremos con una justicia imparcial, la protección del medioambiente, «la cultura abierta e inquisitiva que conformó nuestras universidades», el derecho a elegir a nuestros representantes y aprobar nuestras leyes. En resumen: defender la iniciativa de los seres humanos frente a la deshumanización y recobrar la verdad moral de la vida, más allá de la verdad científica.

Si eso lo compartimos casi todos, ¿por qué gana tantas veces la izquierda la refriega dialéctica? Pues «porque es más fácil destrozar las cosas buenas que crearlas». Romper con lo viejo resulta más espectacular que articular unos valores bonancibles y sostenerlos. La propia derecha se hace el harakiri cuando se instala en la añoranza enfurruñada de unos supuestos buenos tiempos pretéritos. Scruton aboga por que el lamento de lo perdido se sustituya por una defensa activa de lo bueno que conservamos.

El filósofo recuerda que el conservadurismo es una ideología de síntesis, que toma lo mejor de otras tendencias para establecer un consenso sobre el que avanzar. Así, reconoce aciertos al socialismo y el ecologismo. Pero, con una audacia impropia de estos tiempos, les achaca un triple error: han despreciado la autoridad de Dios, el valor de la tradición y el derecho de cada individuo a vivir su vida como desea.

Scruton podría llenar una furgoneta con ejemplares de su libro y darle esta dirección al conductor: Génova, 13 (Madrid).

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