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PECADOS CAPITALES

Tierra quemada

Los líderes madrileños miran al tendido como si Caja Madrid no fuera con ellos

Mayte Alcaraz

Madrid no tiene quien le quiera. La convulsión política que asuela a todas las instituciones, la falta de referentes y la crisis de liderazgo tienen en la capital un correlato inquietante. Curiosamente, en una plaza donde se coció buena parte del guiso que ahora, fétido, ha intoxicado nuestra convivencia. Porque Caja Madrid era la joya de la corona por la que suspiraban alcaldes, presidentes, concejales, sindicalistas, empresarios y dirigentes de la izquierda. Por la entidad madrileña desenvainaron las facas los más altos responsables autóctonos: las peleas para quitar a Blesa y colocar a Rato salpicaron de sangre las más finas moquetas del poder. Los zapatos italianos que las pisaban se empleaban con denuedo en poner zancadillas a los compañeros de partido para que no untaran en esa salsa tan sabrosa. En la mesa camilla del poder se repartían asientos en el Consejo de la Caja (y en el de Telemadrid) para callar bocas y llenar neveras de políticos afines, periodistas de cámara y compinches de escaño. Curioso que cuando se han destapado los sucios comportamientos de Rato, Blesa y otros consejeros, los dirigentes locales de PP, PSOE e IU no hayan dado un paso al frente, por mucho que se debieran a sus «mayores». Aquellos que consintieron, algunos por omisión, pero otros por comisión, lo que allí sucedía. Todos ellos silban y miran al tendido, y fundamentalmente al de Moncloa, por ver si cae alguna pieza que distraiga portadas y tertulias. Y, de paso, tape sus vergüenzas.

Desde luego, Rajoy no ha respondido con la contundencia ética que requería un bochorno que mancha de corrupción sus siglas y que ha llevado a una situación límite a nuestro país. Al final, su inacción proyecta la imagen de un partido a la defensiva que tiene algo que esconder. Y eso es malo para España. Pero de ahí a convertirlo en responsable exclusivo de algo que otros –compañeros de mesa y poder– consintieron y disfrutaron (si no gestaron) va un largo trecho que transitan con su silencio (o su osadía) aquellos que más tienen que callar. Conviene no olvidar quién mandaba en las sedes madrileñas de PP, PSOE e IU en aquellos años de impunidad y regalos de Loewe: Joaquín Leguina, Alberto Ruiz-Gallardón, Esperanza Aguirre, Cristina Almeida, Miguel Sebastián, Trinidad Jiménez, Rafael Simancas... Una larga nómina a la que, aunque fuera de refilón, alguna alarma debió saltar. Si no se le aplicó sordina antes, claro.

A pesar de eso (o quizá por eso) Madrid no está en la agenda de la política nacional. La parálisis institucional que sufre, a seis meses de las elecciones, dibuja un triste panorama: el PP, que gobierna desde 1991 no tiene –ni prisa, parece– candidatos para ocupar las dos instituciones desde las que recuperar la ilusión; el PSOE ha depositado su suerte en el fracasado Gómez y un candidato por consolidar como Carmona; e IU se retira, en manos de Tania Sánchez, la novia de Pablo Iglesias. Madrid parece tierra quemada.

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