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UNA RAYA EN EL AGUA

La historia feliz

Nunca pasaba nada. Hasta que pasó, vaya si pasó. Pasó que se acabó la historia feliz, Zavalita. Que se jodió España

Ignacio Camacho

Hace más de cuarenta años que todo el mundo le pregunta a Vargas Llosa cuándo se jodió el Perú, la frase clave de su obra maestra. Es la cuestión esencial de todas las sociedades resquebrajadas: en qué momento se echa todo a perder, cuál es el punto de inflexión en que se desencuaderna una nación próspera. Reflexionaba el Nobel la otra noche, en la fundación liberal de Antonio Fontán, sobre ese gozne en que gira el futuro de un país hacia el lado oscuro donde habitan sus demonios. «España era la historia feliz», dijo con melancolía. Y en efecto así fue durante treinta años; el país de la transición prodigiosa, pacífica, ejemplar, el paradigma de la modernización democrática. Hoy, en medio del marasmo social y de la quiebra del proyecto de convivencia común, entre el ruido de la agitación separatista y el crujido de la estructuras del sistema, sigue en el aire la interrogante medular sobre el instante en que se rompió el encanto de aquella historia radiante y bienaventurada. Probablemente fue durante el zapaterismo, bajo el resplandor aparente de la banal democracia bonita que repartía prebendas entre irresponsables juegos de aprendices de brujo; o tal vez antes, cuando los sucesivos pactos de poder cebaban en silencio la bomba del nacionalismo. O quizá en aquellos días de falso esplendor en que se hinchaban las burbujas que nos hacían parecer nuevos ricos. Lo cierto es que todo ha estallado de golpe y la aventura dichosa se ha vuelto pura incertidumbre, una zozobra áspera que mece presagios de ruptura. Llevaban razón las casandras que barruntaban vientos de ruina. Íbamos hacia el desastre cantando la bella melodía de una autocomplacencia suicida.

Qué difícil es explicarse este proceso sin apelar al mito de la pasión autodestructiva. Pero se trata de una tentación más literaria que objetiva, más emocional que ecuánime: estamos así porque hubo decisiones incorrectas que produjeron consecuencias nefastas. Este clima de agotamiento y ruptura no ha sobrevenido por mor de un ciclo pendular inevitable sino por culpa de descomunales errores políticos cometidos ante la indiferencia colectiva. No sólo ha habido pésimos liderazgos, sino una acomodaticia atonía ciudadana. Nos llegamos a creer perfectos, sólidos, invulnerables. Cuando se disipó el miedo liminar de la refundación democrática, el temor a los fantasmas históricos que amortiguaba las tentaciones sectarias, permitimos frivolidades de una irresponsabilidad sobrecogedora. Se rompieron por capricho pactos básicos de concordia. Se desatornillaron los pernos de la cohesión nacional, los ejes de la estabilidad política, territorial y económica. Sin necesidad y, lo que es peor, sin alarma. Nunca pasaba nada. Hasta que pasó, vaya si pasó. Pasó esto: que el país está bajo extrema tensión, a punto de irse por el desagüe. Que se acabó la historia feliz. Que se jodió España, Zavalita.

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