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VIDAS EJEMPLARES

El cubo

Luis Ventoso

TONY Judt, historiador británico de raigambre judía, era un pozo sin fondo y lo divulgaba con agradable claridad expositiva (en contra de lo que piensan muchos ensayistas, en especial los del palo jurídico, ser un turrillas que espolvorea palabros en frases kilométricas no te convierte en un sabio). Cuando se puso de moda aquel panfleto anémico llamado «¡Indignaos!», llegó también «Algo va mal», exitoso librito en el que Judt defendía con elegancia su progresismo keynesiano, aunque no acababa de redondear muy bien sus argumentos. Pero el libro realmente fascinante del historiador pasó más desapercibido. Es su autobiografía, «El refugio de la memoria». Allí, en unas páginas obligadas por su lección de dignidad en una situación hórrida, cuenta su experiencia como enfermo de esclerosis lateral amiotrófica, la terrible ELA, que convierte a quienes la padecen en prisioneros de su cuerpo. La dolencia degenerativa afecta a 4.000 personas en España y 350.000 en el mundo. No hay cura. Tras una parálisis progresiva, llega el final. Judt, que no perdió su humor zumbón ni sentenciado en la jaula de su propia anatomía, la definió como «una prisión progresiva sin fianza». Le fue diagnosticada en 2008, al año estaba inmóvil de cuello para abajo y en el 2010 falleció. Dictó su último (y magnífico libro) cuando apenas podía articular palabra. Que alguien tan inteligente, con una mente que corta como un zafiro sin perder jamás el rigor, haya buceado en esa sima es un obsequio a la humanidad, y en especial, a las familias que se vadean con la más radical de las dependencias. Judt relata sus insomnios, cómo repasaba su vida cada noche mentalmente para fugarse de la cárcel en las horas eternas del silencio. Explica la tortura que es un picorcillo de espalda cuando yaces inerme. La guerra psicológica; la angustia de saber que primero perderás la sensibilidad de un dedo, luego de una extremidad, después respirarás con una bomba, al final, ni hablarás...

Lo hemos visto en una amiga, que supo muy joven que el destino la había señalado. Hoy el enemigo la va agarrotando y su hijo presenta los primeros síntomas. Pero a veces, cuando mira, con esos imponentes ojos verdes donde aún titila la ilusión, vuelve a ser aquella chica preciosa de la panda de los 16 años. Sus alegría es su marido, siempre ahí, esas amigas parranderas que todavía se la llevan de terraceo, su familia. Ni un paso atrás.

Famosos de todo el mundo han iniciado una campaña solidaria que consiste en echarse encima un cubo de agua helada y grabar la escena para recaudar fondos. La idea viene de Estados Unidos. Allá se han recaudado 53 millones de dólares. Aquí ya tenemos a nuestros bisbales, shakiras y casillas cubo en ristre, pero la recaudación es pírrica. Cuando los vemos tan jacarandosos con sus cubos, resuena aquella sentencia evangélica, que dice que en caridades tu mano derecha no debe saber lo que hace la izquierda. Si son tan solidarios: un donativo anónimo con muchos ceros... Pero pensándolo mejor, si el exhibicionismo de la farándula mojada ayuda contra la ELA, bendito sea.

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