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EL ÁNGULO OSCURO

Derechos sociales

La universalización de estos derechos de bragueta ha sido la morfina del progresismo para apretarnos las clavijas

Juan Manuel de Prada

Señalábamos en un artículo anterior que la morralla ideológica que ha auspiciado la llamada –según expresión acuñada por Sade en La filosofía en el tocador– «extensión de derechos» es, en su más desnuda esencia, un subterfugio para distraer la atención de la injusticia social. No hay más que leer a Suetonio para descubrir que los césares, para mantener aplacados y dóciles a sus esclavos y poder después apretarles las clavijas, los ponían –con una sonrisa paternal en los labios– a joder como conejos. Luego esta técnica sería perfeccionada en la modernidad, que puso a sus esclavos a joder como conejos, impidiendo sin embargo que se reprodujeran como tales, según la profecía de Chesterton: «No tardará en proclamarse una nueva religión que, a la vez que exalte la lujuria, prohíba la fecundidad». Esta nueva religión avizorada por Chesterton (aunque ya proclamada previamente por Sade, con su «trinidad exultante de anticoncepción, sodomía y aborto») es lo que el progresismo contemporáneo llama «nuevos derechos sociales», que no son sino derechos de bragueta; y su entronización no tiene otro objeto que mantener aplacada y dócil a la «ciudadanía» esclavizada.

La universalización de estos derechos de bragueta ha sido la morfina empleada por el progresismo contemporáneo (de derechas y de izquierdas) para apretarnos las clavijas hasta extremos de laceria. Así se explica, por ejemplo, que Joseph Daul, el presidente del Partido Popular Europeo, mencione entre los grandes logros de la Unión Europea el acceso al porno; o que Zapatero saque pecho en los saraos de fin de semana, presentándose como adalid de los «derechos sociales». Resulta, en verdad, nauseabundo que un señor que ha acaudillado el partido que más ha contribuido en España a fomentar la injusticia social se pavonee como gran adalid de los «derechos sociales». Porque no debemos olvidar que el PSOE firmó (y su firma fue la más determinante para su viabilidad) los llamados Pactos de la Moncloa, en los que se institucionalizaron el contrato temporal, el despido libre y el recorte del poder adquisitivo de los salarios. No debemos olvidar que el PSOE, siguiendo los dictados de la plutocracia internacional y atendiendo las peticiones de amiguetes con ansias de enriquecimiento rápido, puso en almoneda el tejido industrial español, so excusa de «reconversión», hasta liquidarlo casi por completo. No debemos olvidar que fue el PSOE (ya en época del adalid de los derechos de bragueta) el que subió impuestos, redujo sueldos, racaneó el pago de las pensiones, esquilmó a los ahorradores, facilitó todavía más el despido libre y, en fin, apretó las clavijas a quienes viven de un salario, a la vez que enviaba a hacer cola a las oficinas de desempleo a una cuarta parte de la población activa española. No debemos olvidar, en fin, que Zapatero, el adalid de los derechos de bragueta, fue el perro caniche de la plutocracia, presto siempre –aunque esbozase muy farisaicamente pucheritos compungidos– a ahogar a los trabajadores. En realidad, el partido conservador, cuando ha estado en el poder, no ha hecho sino «conservar los intereses creados» de los socialistas, según el reparto de papeles que muy sagazmente denunciara Balmes.

Hay quienes dicen, mazorralmente, que el PSOE debería quitar la O de obrero de sus siglas. Yo creo, por el contrario, que esa O es lo más constitutivo de un partido que se ha dedicado a joder a los obreros cuanto ha podido; y que, una vez jodidos, los ha puesto a joder como conejos, como hacían los césares de Suetonio con sus esclavos, para mantenerlos aplacados y dóciles, mientras sus líderes posan cínicamente –con una sonrisa paternal en los labios– de adalides de los «derechos sociales».

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