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UNA RAYA EN EL AGUA

A Cáritas ni toserle

Más allá de la pobreza sobrevenida, del paro de larga duración y de las esperanzas perdidas, está Cáritas. Y Dios la guarde

Ignacio Camacho

MIRE, Montoro, hombre, vamos a dejar tranquila a Cáritas. Discuta con quien quiera, con los economistas, con la oposición, con los contribuyentes; sáquenos el dinero que le dé la gana, que de todos modos ya lo hace, para sostener esa inmensa Administración que no acaba de podar pese a sus méritos, que los tiene usted y no hay que dejar de reconocerlos. Pero a Cáritas ni me la toque, que hoy es domingo. Y los domingos hay cientos de miles de españoles que dan dinero del poco que Hacienda les deja en el bolsillo para socorrer a los que ya no disponen ni de calderilla. Para que un montón de gente, ya no sólo los pobres de solemnidad sino una cierta antigua clase media arrasada por la crisis, pague la luz, el colegio de los niños, la cesta de la compra, el recibo de la hipoteca que les evite el embargo. Yo los he visto entrando en las parroquias de buena mañana, vestidos con decoro, ensombrecidos, disimulando para que no parezca que van a pedir, casi como si fuesen a dar un donativo en vez de a solicitarlo. Ésa es la última frontera del bienestar quebrado y usted, ministro, lo sabe; más allá del paro de larga duración, del subsidio consumido, de las esperanzas perdidas, está Cáritas. Y Dios la guarde.

Y sí, tal vez haya ocasiones en que esos hombres de buena fe, esos católicos que dedican parte de su tiempo a ayudar al prójimo, se equivoquen cuando formulan diagnósticos de política. O no, que diría el señor presidente. Porque tienen ideología y usted entenderá que ver tan de cerca la pobreza y bregar con ella a brazo partido no les convertirá en muy partidarios de las desigualdades del capitalismo. Pero en esto de la asistencia social no hay que mirarle a nadie las opiniones ni los criterios; lo único que vale es la voluntad, el esfuerzo, la solidaridad y el sacrificio. Y si un directivo de Cáritas se alarma de que el Gobierno les sople 3.600 kilos de vellón a unas autopistas en quiebra y dice que con esa pasta ellos rescatarían a muchos miles de hogares arruinados, pues va usted, lo llama al despacho y le explica su punto de vista. El déficit y tal, a ver si lo convence. Pero en público me lo respeta, porque si no tiene razón al menos está cargado de razones. Buenas, entregadas, solícitas, generosas razones.

En esta España atribulada, señor ministro, no hay más que dos clases de personas: las que trabajan por arreglar las cosas y las que no. Usted lo hace a su modo, nadie lo duda, y también hay mucha gente que piensa que es una manera equivocada; y ellos, los del machadiano secreto de la filantropía, bregan a la suya: tapando agujeros, cerrando grietas, estirando los brazos para amparar a los más débiles. Pero están en el mismo bando, de verdad, en el de los quieren y pueden colaborar. Sin ellos estaríamos perdidos. Así que, hombre, Montoro, por favor, a esos ni carraspearle; si no les da usted dinero al menos déjelos en paz.

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