LIBERALIDADES
Ana Pastor y Marine Le Pen
Le Pen va a liderar la reacción, el antieuropeísmo, eso que ella llama «europeísmo realista»
Juan Carlos Girauta
SEGUÍ con atención y preocupación la entrevista de la señora Pastor a la señora Le Pen, previsible vencedora francesa en las próximas elecciones al Parlamento Europeo. Pastor posee el don de la impertinencia. Digo don, no defecto, que sería lo justo de consagrarse a otra ... actividad. Sin embargo, para un profesional de la entrevista la impertinencia es bendición. La oportuna caída de su velo (nunca sabremos si fue provocada) ante un presidente muslime, carnicero integrista, pasará a los anales. Por otra parte, es cierto que a un gran segmento de la audiencia siempre le molestarán sus interrupciones, sus acorralamientos, su salto de periodista a coprotagonista. Pero a la semana siguiente el segmento habrá cambiado, y los que tanto gozaron en el programa anterior abominarán del agresivo estilo Pastor. En general, advierto en ella un sesgo ideológico contrario a mis preferencias, pero qué quieren que les diga, me gusta cómo trabaja Ana Pastor, y coloco su descaro en el haber de alguien muy consciente del medio; por seria que se presente, la televisión siempre exigirá un punto de espectáculo. Hasta ahí mi interés. Y ahora paso a la preocupación, que no tiene que ver con la entrevistadora, sino con su última entrevistada.
Marine Le Pen va a liderar en Bruselas y Estrasburgo la reacción, el antieuropeísmo, eso que ella llama «europeísmo realista». Sospecho que la etiqueta «extrema derecha» la deja fría, una vez ha limado las asperezas del ideario paterno. Nadie la va a pillar en falso con declaraciones judeófobas ni otros racismos. Es una mujer inteligente, rápida, temible en un debate. En cierto momento se puso a interrogar a la entrevistadora, y resultó ser aún más insolente: «¿Acoge usted inmigrantes en su casa?». Entronca la lideresa con un nacionalismo al que conviene el palabro «transversal»: comparte proteccionismo rancio con el Gobierno socialista de Hollande, con la derecha gala y con los movimientos antiglobalización, que tienen su cuna en el país vecino, cuando los numeritos lamentables de José Bové, quesero, activista, conocido por destrozar un McDonald’s y asimismo candidato a las próximas europeas por Los Verdes. El Frente Nacional de Le Pen padre atrajo en su día una cantidad ingente de exvotantes comunistas. La hija los ha heredado y multiplicado.
En materias relacionadas con el feminismo, Marine Le Pen piensa de la ley del aborto española lo mismo que una diputada del PSOE o que una proabortista militante: ley de plazos, libertad de elección de la mujer, etcétera. Las variaciones que introduce en sus argumentos los enriquecen. Así la advertencia de que nadie puede ser favorable al aborto, que a nadie puede entusiasmarle, que se debe proveer de ayudas para la vivienda a las embarazadas que decidan tener a su hijo, etcétera. Su posición contraria al matrimonio homosexual resultaría problemática en España, pero no en Francia, donde los adversos a ese tipo de uniones están mucho más movilizados que los favorables. Por todo ello, por su propiedad de imán sobre votantes tradicionalmente ajenos, resulta tan preocupante su agenda europea. Se espeja en el reciente referéndum xenófobo de Suiza. No solo va a oponerse frontalmente al proceso de integración que Europa exige en este momento de la historia, sino que está dispuesta a pelear por la derogación de libertades y derechos de ciudadanía europea que ya están consagrados, que llevan años en marcha: la libertad de circulación y residencia de las personas en todo el espacio de la Unión; el acuerdo Schengen, por consiguiente. Buscará un frenazo, de entrada, y una posterior retrocesión de todo lo logrado. Dos fuerzas contrarias van a chocar.
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