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MONTECASSINO

Snowdenmanía teutona

El sentimentalismo teutón que nutre esta defensa de Snowden no augura nada bueno

Hermann Tertsch

El sentimentalismo teutón que nutre esta defensa de Snowden no augura nada bueno

UN espía traidor americano y una gran dosis de idealismo alemán, inoculada en vena a la sociedad alborotada por unos medios tan populistas como irresponsables. Con eso se organiza una campaña de histeria bondadosa y demagogia compasiva en el país más fuerte y desarrollado de Europa, hasta hacer olvidar a políticos, medios y organizaciones tanto sus responsabilidades como sus deberes contractuales, sus pactos políticos y hasta sus intereses. Y movilizar un antiamericanismo que tiene mucho peor aspecto que el que conocimos en los años ochenta del siglo pasado con las campañas contra el rearme de la OTAN. Se escuchan tonos antinorteamericanos que son de otras épocas. Que no proceden de la clásica izquierda antiyanqui. Que está marcado por un resentimiento, un afán justiciero y una superioridad moral que tienen un extraño eco de un pasado más lejano y peor.

Lo que está sucediendo en estos días en Alemania es la mejor prueba de que Estados Unidos hace muy bien en espiar todo lo posible. Porque queda demostrado que sus socios no son de fiar. Y alarmante es que el espectáculo lo monte una Alemania gobernada por la democristiana Angela Merkel. Ni siquiera se da el consuelo de que sea el arrebato neutralista de un presidente socialista francés. Tras seis décadas de firme alianza entre Alemania y EE.UU, el Gobierno alemán tiene que negar públicamente que vaya a otorgar asilo a un proscrito por alta traición de Washington. Lo hace el Gobierno Merkel, porque una campaña masiva pide que se proteja y acoja al fugitivo. Y se le otorguen máximos honores como campeón de la verdad y la decencia. Eso al hoy enemigo número uno de su principal aliado.

Algo serio está fallando cuando gran parte de la sociedad alemana se moviliza a favor de un ladrón y traidor que ha robado millones de datos a la seguridad nacional norteamericana y ha causado ya un infinito daño a la defensa y seguridad de todos los aliados, incluida Alemania. Eduard Snowden pasará a la historia por haber causado una catástrofe para la seguridad occidental. Y por no solucionar ni uno solo de los males que decía combatir. Tampoco el de los abusos en el espionaje. Que existen y existirán. Porque la tecnología abre todos los días nuevos espacios y posibilidades que todos los servicios de información utilizarán salvo que tengan enfrente tecnología suficiente para demostrarse que incumplen pactos suscritos.

Luego, bienvenidos sean los acuerdos entre aliados para crear espacios conjuntos de seguridad. Pero nadie crea que alguien que puede en la práctica saber algo que incumba a su seguridad, va a renunciar a saberlo. Cada uno se aplique. Con una contrainteligencia eficaz. Eso es todo. Lo demás es moralina plañidera. De países que espían con todos sus propios recursos sin renunciar a nada. Molestos porque el otro tiene más. Se puede estar de acuerdo en que es una grosería por parte de Barack Obama ordenar espiar a su aliada Angela Merkel. Pero a ver si Merkel, Hollande o cualquier otro puede jurar que ha rechazado una información secreta de seguridad que afecta a su país porque procede directamente de la mesa de un jefe de Estado o de Gobierno extranjero.

La reacción alemana es alarmante. El sentimentalismo teutón que nutre esta defensa de Snowden como intrépido espía romántico contra el imperio no augura nada bueno. Ayer se oyeron por primera vez voces firmes recordando lo que Alemania debe y necesita al aliado atlántico. Algo tarde cuando algunos ya hablan de EE.UU como «la fuerza de ocupación digital». Aquí no pierde confianza sólo Europa. EE.UU también repensará su cooperación. Así, la snowdenmanía puede convertirse en un harakiri teutón para toda la seguridad europea.

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