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MONTECASSINO

Rajoy en Leipzig

Siempre ha sido la historia la mejor escuela para la conducta de los hombres. Y aunque todos somos muy conscientes de que nuestro presidente de Gobierno que no es precisamente un ratón de biblioteca, sí se le puede recomendar algún episodio histórico de cara a su cita del próximo 1 de agosto. Hay uno muy célebre. Que en su día tuvo aun más repercusión mediática que esta comparecencia de Mariano Rajoy. Su protagonista también se jugaba más. Salió airoso del lance. Y dio una humillante lección a sus enemigos. Partamos del hecho poco discutible de que Rajoy nunca se ha jugado tanto en una sola jugada parlamentaria. En una suerte de intervenciones —una inicial, muchas de respuesta, una final—, de la que muchos se prometen su definitivo debilitamiento y pronta dimisión pero otros su resurgimiento y plena consolidación. Sus partidarios creen que será posible su plena recuperación para una segunda mitad de legislatura, con crecientes expectativas de hechos y evoluciones amables. Una parte se reúne para exigir su decapitación política. Los otros para sacarlo a hombros, triunfador y beneficiario de los frutos que, en los próximos años, han de dar los duros esfuerzos hechos, el inmenso desgaste habido. Todo dependerá de él. Si actúa como un político que acude al parlamento obligado, arrastrado y acobardado, con ansias de justificarse, estará metiendo el segundo pie en su fosa política. El día 1 verá Rajoy mejor que nunca que sus adversarios le han perdido el respeto. Y que quieren que ese día, definitivamente, se lo pierda toda España. Pero hay otras opciones. Ha habido grandes hombres en peores circunstancias. Uno de ellos fue Georgi Dimitrov, comunista búlgaro que tuvo la mala suerte de estar en Alemania cuando Hitler incendió el Reichstag en Berlín en febrero de 1933. Éste acababa de llegar al poder y aun necesitaba un pretexto para la persecución de la izquierda. Fueron acusados del incendio un pobre diablo, el joven comunista holandés, Marinius Van der Lubbe –que gimoteaba que era inocente y fue el único declarado culpable y decapitado-, Dimitrov y un par de comunistas búlgaros. Memorable proceso. Se abrió el 21 de septiembre de 1933. Hitler los quería guillotinados a todos. En prisión, Dimitrov, germanoparlante, aprendió leyes y jurisprudencia alemanas. Con su autodefensa, ante casi un centenar de corresponsales extranjeros, convirtió el juicio en un proceso al acusador. Su retórica ridiculizó a los mismísimos Goebbels y Göring, allí presentes. Fue absuelto por falta de pruebas. Porque aun quedaban restos del Estado de Derecho, cierto. Pero en realidad, porque la convicción personal había triunfado sobre el artificio de la maquinación del proceso.

Nadie busque tontos paralelismos inexistentes en posiciones políticas. Que no los hay. Piensen sólo en la actitud personal de Dimitrov. Como él debiera plantearse Rajoy su lance. Primero ha de librarse del lastre de sus muchos errores. Pedir perdón a los españoles, condenar la falta de probidad y transparencia de todos y ofrecer soluciones eficaces. Para tener la espalda libre. Pero después debe arremeter con una causa política ofensiva contra el coro de hipócritas que ha convertido la criminalización del PP en su única política. Coro en el que está casi toda la oposición. Sin una opción alternativa en economía ni en nada que no sea miseria frentepopulista. Capaces de hacer descarrilar la recuperación de España por mezquindades ideológicas y nacionalistas. El Gobierno de la mayoría absoluta del PP es hoy la única esperanza de estabilidad y prosperidad para España. Rajoy tiene la destreza parlamentaria para transmitirlo. Pero sobre todo tiene los argumentos. Armado de política, Rajoy puede ser el triunfal Dimitrov de Leipzig. Si no, acabará, en sentido figurado, hecho un pobre Van der Lubbe.

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