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juegos Paralímpicos de invierno sochi 2014

Lazarillos en la nieve

Miguel Galindo y Arnau Ferrer son la otra mitad de los éxitos paralímpicos de Jon Santacana y Gabriel Gorce

Lazarillos en la nieve comité paralímpico español

laura marta

Coordinar sus propios movimientos, mirar hacia atrás, controlar la distancia con respecto a su compañero, orientarle en los giros, anticiparle los baches, estudiar su campo de visión, interpretar sus gestos, sus posturas, evitar separarse demasiado, evitar juntarse en exceso, no caerse, ir rápido, ganar. Y todo, a más de cien kilómetros por hora descendiendo una ladera helada. Es el trabajo de Miguel Galindo, el guía de Jon Santacana, y el de Arnau Ferrer, el de Gabriel Gorce. Sus otras mitades, el 50% de sus éxitos, del oro, de la plata y del bronce que se traen de los Juegos Paralímpicos de Sochi 2014.

Las lesiones lo retiraron del esquí de alto nivel. En esos momentos de frustración abandonó toda idea de subir a un podio, y sin embargo, Galindo ya lo ha experimentado en cinco ocasiones (dos oros y tres platas) gracias a una segunda oportunidad que le brindó Santacana. ¿O fue al revés? «Yo no sabía nada de deportistas de apoyo a paralímpicos y fue un proceso lento. Tuve que aprender a esquiar mirando hacia atrás, dirigiendo a otra persona, y Jon tuvo que aprender a confiar en mí. Nos complementamos: él es muy visceral y yo soy el bálsamo», reconoce para ABC. No hay lecciones mágicas, sino sacrificio, fuerza de voluntad, compromiso. Por ambas partes. «Sé que él lo pasaba muy mal en los descensos. Coincidió con una mayor pérdida de visión y tuvimos que acercarnos mucho más», continúa. Decidieron que no bastaba solo con el tiempo en la pista. Su relación se basó en la amistad, en las actividades sin los esquíes, en las vacaciones juntos, en compartirlo todo. «Lo bien que nos lo pasamos se nota después en la compenetración y todos esos viajes, competiciones, caídas y alegrías son la base de nuestros triunfos».

«Nuestros», en plural porque ya no son guía y deportista paralímpico, sino un tándem muy bien engrasado que se cae y se levanta a la vez: «No noto la responsabilidad. Si yo me caigo, perdemos; si se cae él, perdemos». Que se alegra y sufre junta: «Estos seis meses de lesión de Jon -se rompió el tendón de Aquiles en septiembre- han sido muy duros porque tienes que animarlo desde fuera, pero no sabes lo que está padeciendo por dentro». Que busca soluciones junta: «Al principio usábamos unos walkie talkies por los que solo podía hablar yo, y necesitaba saber en todo momento cómo y dónde estaba, si me veía o me perdía. Así que adoptamos un sistema de bluetooth de moto que se integraba mejor en el casco y nos permitía hablar a los dos. Poco después todos los esquiadores lo llevaban».

No todo el mundo vale

Es la pareja perfecta. Como Gabriel Gorce y Arnau Ferrer, coronados en Sochi con su primer bronce paralímpico. Pero ¿vale todo el mundo para ser guía? «No. Y no solo porque sea necesario que su nivel deportivo sea de élite, sino porque su grado de compromiso, de entrega y de madurez tiene que ser exquisito», contesta David Olalla, jefe de la Unidad de Atención al Mayor, Cultura y Ocio de ONCE en Madrid, que sabe en el primer encuentro si alguien tendrá la constancia necesaria para ser un buen guía bien recreativo bien de élite. «La técnica de guiado es una cuestión de entrenamiento y llegar a un entendimiento perfecto con un solo movimiento requiere mucho trabajo que no todo el mundo es capaz de ofrecer. Es un esfuerzo muy, muy arduo», prosigue. Muchas veces frustrante cuando las cotas no se alcanzan y la responsabilidad pesa demasiado. «En una situación de estrés no puedes dejarte llevar, y menos si hay alguien detrás que depende de ti por completo. Ocurre cuando guías a alguien por la calle, y se multiplica por un millón si hablamos de bajar con unos esquíes», añade Juan Rosado, guía de Olalla. Porque el guiado no comienza cuando comienza el descenso sino en el momento de subir al autobús: preparar el equipo, que no falte nada, de que uno esté a gusto, confiado y de que el otro esté en una buena disposición de tomar el mando de la situación. «Ser capaz de reaccionar en ante cualquier eventualidad y pensar siempre por dos y no de forma individual es un desgaste absoluto», admite Olalla. «Hemos ganado medallas con diferencias de centésimas -corrobora Galindo- por lo que todo se tiene que alinear para que salga bien. Dar las órdenes precisas en el momento adecuado, buscar el mejor lugar por el que pasar un segundo antes de que pase Jon… Ya hemos automatizado muchísimas cosas, pero hemos metido la pata muchas veces. Es la forma de aprender a ser un binomio».

Por eso el Comité Paralímpico Español los reconoce como parte fundamental del equipo, y son deportistas a todos los efectos, para becas, ayudas o premios en metálico de los triunfos logrados. Aunque la más grande de las recompensas llegue en forma de abrazo, de salto infinito en el podio y de búsqueda de nuevos retos. Recién conquistado su primer bronce paralímpico, Ferrer no se lo terminaba de creer: «Quizá en un rato me ponga a llorar», admitía. «Después de seis meses de una lesión tan grave, el primer día de competición, con un cielo azul radiante y con un ambientazo; en el descenso, en la prueba reina, la de más riesgo, la más espectacular, ganamos el oro. No podía ser mejor», sentencia Galindo. Porque las alegrías compartidas puntúan doble y en el oro, la plata y el bronce de Sochi está el esfuerzo de Jon y el trabajo de Miguel; el tesón de Gabriel y la pericia de Arnau. O viceversa.

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