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Vecinos del mayor feudo chavista desafían a los matones del régimen

Los comerciantes de Catia secundan la huelga pese a las amenazas de los «colectivos»

Catia, al oeste de Caracas. fue donde Hugo Chávez comenzó sus primeros pasos en la política ABC
Carmen de Carlos

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En el lejano oeste de Caracas existe una localidad llamada Catia. Hugo Chávez comenzó sus primeros pasos en la política entre sus calles y plazas. Bastión bolivariano histórico, aquí nacieron los «colectivos», grupos paramilitares y policiales auspiciados por el Gobierno. La ley del crimen -y del orden- son ellos. Como la Camorra, pasan a cobrar por su «protección» a los vecinos y revisan quiénes son los rebeldes que siguen la huelga general en su segundo día consecutivo.

Algo está pasando en esta localidad, oficialmente de 400.000 habitantes y extraoficialmente quizás cercana al millón. La obediencia debida de los comerciantes se ha fracturado. El miedo parece haberse perdido en algunas calles. Las persianas de metal grueso, ajustadas con media docena de candados, tapan escaparates y puertas, como en casi todo el país. El paro es una realidad, aunque parcial en esta zona, y decir eso, en este barrio, es decir mucho.

Frente a la boca de metro de Plaza Sucre e l Gobierno ha instalado mesas para «carnetizar» a los venezolanos. Nicolás Maduro reemplazó la «cédula de identidad» tradicional por este carnet del régimen. Tenerlo es disponer de un pasaporte al futuro inmediato, o algo así creen algunos venezolanos. «Nos van a dar privilegios, quizás viviendas… Aún no sabemos, porque Maduro no ha dado más precisiones». Griselda lo explica con el suyo flamante en la mano. Forma parte del equipo bolivariano instalado con una decena de ordenadores donde, en rigor, todos van a quedar fichados.

«Comenzó a caminar por la zona. Lo hacía con frecuencia, vestido con el “Liqui Liqui” (traje con cuello Mao como los usa en ocasiones Maduro o, en su versión elegante y blanca, como el que llevó García Márquez al recoger el Premio Nobel). Parecía un predicador de la política. Al principio pensamos que el hombre, Chávez, estaba un poco loco, pero llegó donde nunca imaginamos». Saverio Vivas lo recuerda bien.

En la cuna del chavismo conoce a la gente y reconoce a los «colectivos» de lejos. De hecho, va vestido como uno de ellos por protección. «Hay que mostrar la banda del bolsito cruzado al pecho (en bandolera). Es la señal de que llevas una pistola» , explica mientras se sube un poco la cremallera del chándal.

«Los tupamaros (Tendencias Unificadas Para Alcanzar el Movimiento de Acción Revolucionaria Organizada) fueron los primeros colectivos. Luego -continúa- surgieron, para hacerles la competencia, Los piedritas. Se llamaron así porque iban a ser la piedra en el zapato de los primeros». Su fundador es Valentín Santana , uno de los 545 candidatos a las elecciones de la Asamblea Constituyente que el Gobierno convocó para el domingo.

El Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) «asigna a cada colectivo una zona con patente de corso» , resume. «Bajo la apariencia de organizaciones sociales se esconden estas bandas de mafiosos. Se financiaban con partidas expresas designadas desde la vicepresidencia, los pagos mensuales de la extorsión a los comerciantes -para que no les revientan la tienda-, y sus crímenes». Severio detalla algunos: «Secuestros, robos, narcotráfico y el juego». En la parroquia (zona) de 23 de enero, no muy lejos de aquí, está diseminado el mayor barrio de casinos de Caracas. «Tiene máquinas traga níquel (traga perras), ruletas, cartas, dados… Todo clandestino porque es ilegal», aclara.

Políticos y esbirros

Calcular el número de «colectivos», pese a que están registrados oficialmente, es una misión que roza lo imposible. «No hay político que se precie que no tenga el suyo propio», advierte. «Concejales, alcaldes, gobernadores, diputados, ministros, representantes del PSUV… El que quiera hacer política y pisar fuerte necesita el suyo».

Guardaespaldas, matones, mercenarios, paramilitares siempre o esbirros del régimen han adquirido vuelo propio en la senda de la Policía y del Ejército. Se intercambian los uniformes y ya no sabes quién es quién», interviene Nelson (por su seguridad, mejor omitir el apellido), exinspector de la DISIP (Dirección de los Servicios de Inteligencia y Prevención), recuerda una anécdota con un pillo que ilustra cómo imponen su ley los «colectivos» en la zona de los casinos. «Le juntaron las manos como si fuera a rezar y le metieron una bala que le atravesó ambas palmas».

A Severio Vivas un grupo, de estos o de los otros, le rompió las costillas y le abrió la cabeza . Lo cuenta con cierta resistencia, porque no quiere aparecer como «una víctima». Fue dirigente de Primero Justicia, un partido de la oposición, y formó parte de la MUD (Mesa de la Unidad Democrática), que aglutina a la oposición. «Me fui porque no se pueden pescar tiburones con anzuelo de río». Dicho de otro modo, «la estrategia para terminar con esta dictadura no es esa». Lo comenta sin saber aún que Maduro prohibió la manifestación bautizada «La Toma de Caracas», prevista para hoy.

Saverio, de 45 años, y Nelson, de 50, coinciden: «Chávez capitalizó el resentimiento social. Criticaba a la casta política establecida, reclamaba justicia social y se presentaba como víctima del poder. Elementos adecuados para la seducción general».

En Catia el chavismo ganaba en las elecciones por 80 por ciento frente a 20. Criticar a Chávez era un pecado pero hace tres años el escenario empezó a cambiar. «Inflación, ausencia de harina y desabastecimiento son los ingredientes que hicieron que la gente empezara a expresar -con cuidado- su malestar».

La crisis que hizo trizas la economía del país con mayores reservas petroleras del mundo no hizo excepciones. «A los colectivos”, que controlan a punto de pistola a la población, también les mató el bolsillo».

«Ese es un “colectivo, ahí está otro… Ahora puedes hacer fotos». La seguridad de Everio duró poco frente a la sorpresa. «Quiénes son, nada de fotos». Había empezado la negociación entre un “colectivo” verdadero y otro que, con la bandolera cruzada con un estuche bajo la chaqueta del chándal, lograba hacerse pasar por uno de la banda.

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