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EDITORIAL ABC

El suicidio de Gran Bretaña

Las urnas debían aportar luz a la confusa situación del divorcio con la UE y, muy al contrario, han hecho más espesa la niebla que rodea este complejísimo asunto

La primera ministra de Reino Unido, Theresa May EFE

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En muy poco tiempo, los británicos han cometido dos errores históricos. Mejor dicho, los dirigentes conservadores británicos han llevado a su país a situaciones que han desembocado en lo que se podría considerar como dos goles marcados en su propia puerta. El primero fue el jugueteo de David Cameron con el referéndum sobre la salida de la UE y el segundo, y no menos grave, ha sido la convocatoria de estas elecciones anticipadas por parte de Theresa May. Las urnas debían aportar luz a la confusa situación del divorcio con la UE y, muy al contrario, han hecho más espesa la niebla que rodea este complejísimo asunto. Pocas veces es tan evidente un proceso de autodestrucción como el que se empeñan en alimentar en Gran Bretaña desde que la vida política de aquel país se dejó intoxicar por el nacionalismo inoculado por un partido populista y demagógico, el UKIP, que, por cierto, ha desaparecido del mapa electoral. Políticamente desorientados, sin un futuro claro en sus relaciones con sus vecinos y acosados por el terrorismo islamista en su propio territorio, los británicos se han metido en un laberinto formidable del que nadie acierta a ver la salida. Mucho menos los posibles beneficios que prometían los irresponsables partidarios del Brexit.

May se ha apresurado a anunciar la formación de un nuevo gobierno, consciente de que no hay tiempo material para las negociaciones. Pero las urnas le han dejado en una situación endiablada, con muy pocas opciones para lograr una mayoría estable. Y las que tienen pasan por los unionistas del Ulster, que son probablemente los socios más complejos que pueda haber, tanto para Londres como para las negociaciones con Bruselas o Dublín. En otras circunstancias, se podría anticipar que la legislatura será muy corta o que May no durará mucho en el puesto de primera ministra. Asusta la idea de que haya un cambio en el liderazgo británico o -peor aún- de que se repitan las elecciones. Desde Bruselas ya solo se puede rezar para que las negociaciones empiecen cuanto antes, porque, de lo contrario, al final del plazo de dos años se llegará a una situación de caos.

Si el proceso que se inició al desencadenar el artículo 50 pudiera ser reversible, la única opción razonable para todos sería que los británicos pudieran reconsiderar su desdichada decisión de abandonar la UE. Basta con darse cuenta de los catastróficos efectos que ha tenido la mera perspectiva de este divorcio para convencerse de que se trata de un paso en la dirección equivocada. Pero ni es posible ni está sobre la mesa. La única certeza es que, por malo que parezca el panorama británico, todavía puede empeorar.

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