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Guerra en el Congreso a causa del juez designado por Trump

Los demócratas rechazan para el Supremo a Neil Gorsuch, a quien los republicanos intentarán imponer aun a costa de cambiar el procedimiento

El nominado para el Tribunal Supremo de los Estados Unidos, Neil Gorsuch REUTERS
Manuel Erice Oronoz

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Donald Trump ha logrado coger aire. Después de un convulso arranque de mandato, el nuevo inquilino de la Casa Blanca se asoma al claro del bosque. Al menos en su entorno y en la deteriorada relación con sus compañeros de viaje, los republicanos, ayer había vuelto la calma tras la tempestad de la orden sobre inmigración. El controvertido presidente pudo sonreír el pasado martes, un día que había preparado con mucho esmero y que culminó con éxito. Su elección de Neil Gorsuch como nuevo juez de la Corte Suprema ofrece un gran porcentaje de acierto y pocas aristas para sus intereses. Su perfil conservador, originalista y purista en la interpretación de la letra de la Constitución, le sitúa como discípulo de Antonin Scalia, el juez añorado por los republicanos, a quien sustituye. El partido aplaude doblemente, porque sus 49 años de edad conceden un largo recorrido (el cargo es vitalicio) al recuperado noveno juez, que devuelve la mayoría a los conservadores al alto tribunal (5-4). El mundo judicial se suma al reconocimiento desde todos los ámbitos. Pero la guerra política emerge como una sombra frente al nombramiento. Los demócratas buscan bloquear la designación. Los republicanos están dispuestos a imponer su mayoría en el Senado. Se abre una dura pelea de resultado incierto.

Un satisfecho Trump reclamó ayer a los demócratas que «renuncien al filibusterismo y vayan a lo importante, que es avalar a un extraordinario juez ». El presidente no quiere que el Congreso le desbarate su jugada. En un proceso similar al del «reality show» que presentó en televisión, Trump manejó la elección como si de un concurso por eliminación se tratara. La lista de 21 jueces que había planteado en campaña se redujo a dos estos últimos días. Neil Gorsuch y Thomas Hardiman fueron presentados a los medios como los finalistas. La puesta en escena de Trump fue impecable. El «presentador» ofició en la Casa Blanca hasta proclamar que el primero de ellos era el ganador, y pidió su presencia en la sala para oficializarlo.

La revancha

Pero el Partido Demócrata se quiere cobrar la revancha de la derrota de hace diez meses. Entonces , la propuesta de Obama para cubrir la vacante de Scalia , en la persona de Merrick Garland, un liberal moderado, no fue tenida en cuenta por la mayoría ni siquiera para abrir el proceso en el Senado. Los republicanos alegaron que no era apropiado en la recta final del mandato. Los demócratas replicaron que había precedentes. Pero su confianza en que Hillary Clinton renovara en las urnas el periodo Obama apagó las quejas. Con Trump en la Casa Blanca y con la radicalización política en aumento, los demócratas van a hacer casus belli del asunto. El título del editorial de «The New York Times» resume el sentimiento de amplios sectores liberales: «El asiento de la Corte Suprema, robado». Las primeras reacciones del partido han sido de rechazo, como anticipó el líder de la minoría en el Congreso, Chuck Shumer: «Por su trayectoria, tengo serias dudas de que Neil Gorsuch pueda ser un juez independiente; exigimos un exhaustivo y serio debate».

Los demócratas ya han movido los hilos para ejercer el llamado filibusterismo político , que en la jerga del Congreso significa que un partido va a intentar bloquear una iniciativa para que no salga adelante. La norma en el Senado dice que bastaría la mayoría simple para sacar adelante el nombramiento. Pero la tradición, que en el legislativo estadounidense pesa mucho, ha elevado siempre a sesenta el mínimo exigido, en una suerte de espíritu bipartidista cada vez más amenazado en la política estadounidense. Ese será el primer objetivo demócrata, que apuntó Schumer: «El Senado debe mantener el mínimo de sesenta votos a favor, como en todos los nombramientos que hizo Obama».

Los republicanos preferirían el tradicional respaldo de una mayoría reforzada. Pero están dispuestos a hacer valer sus 52 senadores frente a los 48 demócratas. La extrema polarización política dificulta que la decena de senadores del partido de la minoría que suele sumar sus votos al candidato del rival lo haga en esta ocasión. Los primeros espadas de ambos partidos en el Congreso ya preparan los movimientos para la batalla que viene, que se adelantará a una primera decisión, sobre si se requerirá mayoría simple o reforzada. Los demócratas van a intentar sumar apoyos de senadores republicanos para lograr la segunda opción. Si la mayoría fuera reforzada, sería más fácil para su partido echar abajo el nombramiento.

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