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Reino Unido sigue partido en dos en el segundo aniversario de la votación del Brexit

Miles de británicos han exigido en Londres un nuevo referéndum

Un manifestante a favor de la UE agita una bandera europea durante una manifestación anti-Brexit en la Plaza del Parlamento en Londres, Gran Bretaña, el 23 de junio de 2018 EFE

Iván Alonso

Cerca de 100.000 simpatizantes de la Unión Europea marcharon ayer por el centro de Londres para exigir al Gobierno británico que convoque un nuevo referéndum sobre el acuerdo final del Brexit. Dos años después de la histórica votación, en la que el líder ‘brexiter’ Nigel Farage declaró «el día de la independencia» de Inglaterra, los manifestantes llenaron las principales arterias de la capital ondeando banderas británicas, irlandesas, europeas y todo tipo de pancartas coloridas para pedir un nuevo «Voto del pueblo».

Las últimas encuestas no distan demasiado de aquel 52-48 por ciento a favor del Brexit de hace dos años ni de la brecha generacional que marcó aquella histórica votación. Según la agencia encuestadora británica Survation, seguir en la UE ganaría con un 52% en unas hipotéticas elecciones, aunque hace un mes la diferencia era aún más ínfima. Reino Unido está partido en dos, especialmente si se tiene en cuenta la edad de los votantes. En 2016, los mayores de 50 años, favorable en su mayoría al divorcio con Bruselas, decidieron el futuro de toda una generación que sí voto por seguir en la UE. Ahora -con datos de Survation-, si los menores de 50 años optan masivamente por el «Remain» (los jóvenes de entre 18 y 24 años, con hasta un 82%), los que peinan canas prefieren seguir fuera de la UE, en porcentajes que no bajan del 59% a partir de los 55 años. Setecientos treinta días después y a pesar de que pocos saben realmente qué significará el Brexit a partir del próximo 29 de marzo, no ha habido un claro cambio de opinión entre los británicos.

May pide unidad

«Unidad» puede que sea la palabra más utilizada por Theresa May en los últimos meses. A la primera ministra británica se le ha encargado llevar a puerto una de las empresas más complicadas de la historia de Reino Unido. Lo que seguro que ni ella misma se imaginaba es la dificultad máxima que se está encontrando en un camino repleto de baches y piedras que está dejando división en todos los estratos de la sociedad.

La «premier» británica pide unidad constantemente porque la salida de Reino Unido de la UE no solo está resquebrajando a la ciudadanía sino a su propio Gobierno, su partido (el conservador) y en, general, la política británica.

Theresa May fue elegida por su perfil de gestora y política eficiente , pero se ha encontrado una oposición tan férrea en cualquiera de sus decisiones que lleva ya demasiado tiempo viviendo como una equilibrista.

No es casualidad que, como ha revelado una encuesta de «The Times» de hace un par de semanas, casi dos tercios de los británicos (66%) desaprueben su gestión del proceso. Dos de sus ministros, abanderados del Brexit duro, David Davis y Boris Johnson volvían a echar piedras sobre el tejado de May. El designado para dirigir el Brexit, Davis, amenazó a principios de junio con dimitir si la «premier» no accedía a sus propuestas, aunque esta crisis amainó finalmente no descarta otras mientras la negociación con la UE y la política interna británica sigan con las actuales turbulencias. Por su parte, el siempre excéntrico titular de Exteriores volvía a salirse de tono durante unas declaraciones privadas filtradas en las que pedía a May más «agallas» para acometer el proceso de salida de la UE y suspiraba porque fuera alguien como Trump quien liderase un proyecto así.

A su vez en el Parlamento volvía recientemente a sufrir la amenaza (con dimisión incluida de su secretario de Estado de Justicia, Stephen Lee) de una rebelión interna por parte de los más proeuropeos de su partido, que exigen el «voto significativo» de los diputados de la Cámara de los Comunes sobre el acuerdo final al que se llegue con Bruselas. May los apaciguó con concesiones que finalmente, según estos rebeldes, no ha llevado a cabo. «Desde mi punto de vista, es inaceptable. No está en sintonía con los procedimientos habituales de la Cámara de los Comunes y niega por completo el objetivo de la enmienda, que era dar a los parlamentarios la capacidad de poder opinar», asegura Dominic Grieve, la punta de lanza del grupo proeuropeo «tory» y líder de los que buscan el Brexit más blando posible.

Por tanto, la amenaza sigue vigente y podría ocasionarle problemas en un futuro a la primera ministra, que, por si fuera poco, tiene que mirar también al otro bando dentro de su partido, el de los más brexiters, que amenazan con tumbar sus políticas si Reino Unido mantiene alguno de los lazos actuales con el club comunitario como, por ejemplo, la unión aduanera.

El único consuelo que le debe quedar a May es que su principal rival, el Partido Laborista, se encuentra en la misma situación. Su líder, Jeremy Corbyn ha sido criticado infinidad de veces por no tomar una posición clara con el Brexit. Su buen resultado en las elecciones generales del año pasado salvó su puesto, pero la indecisión y deriva laborista en este tema le han provocado innumerables rebeliones internas.

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