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París, Mayo 1968: «¿Qué?»

En ese marco, las jornadas del mes de mayo de 1968, en París y Francia, tuvieron y tienen un eco excepcional, pero dejaron una herencia harto incierta

Un grupo de estudiantes encabezados por Daniel Cohn- Bendit (c) entonan la "Internacional" junto a unos agentes de policía. Los estudiantes comparecieron ante el comité de disciplina de la Universidad de La Sorbona, epicentro del movimiento estudiantil de Mayo de 1968 en Francia EFE
Juan Pedro Quiñonero

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Las jornadas parisinas y francesas del mes de mayo de 1968 tienen un eco fantasmal muy superior a su verdadero alcance histórico cultural, social y político, muy inferior al de otras y más profundas insurrecciones de aquel mismo año, en Berkeley, California, y Praga , Checoslovaquia, entre otros numerosos movimientos internacionales, de muy diverso alcance y naturaleza del Japón al Brasil, pasando por México y Madrid .

La primavera de Berkeley, en San Francisco, California, EE. UU., duró una década corta y, hacia 1968, confirmó su muy profunda influencia en la escena internacional a través de movimientos culturales, sociales y políticos de inmenso calado. El movimiento Beat influyó en la poesía y la música popular (Ginsberg, Dylan), no solo estadounidense. La revuelta estudiantil contra la guerra del Vietnam fue el «modelo» importado con éxito por los estudiantes parisinos. La insurrección cívica norteamericana tuvo dos vertientes, pacífica (Martin Luther King) y violenta (Black Panters), dos movimientos que cambiaron la historia de la lucha de los derechos civiles en la primera democracia mundial

La primavera de Praga se prolongó entre el 5 de enero y el 20 de agosto de 1968, cuando Checoslovaquia fue invadida por los tanques de la URSS y sus aliados del Pacto de Varsovia. Aquella primavera tuvo raíces culturales, sociales y políticas profundísimas, que comenzaron a minar la estabilidad amenazada de la URSS y el antiguo Pacto de Varsovia.

Entre esos dos aldabonazos de alcance mundial, grandes movimientos sociales (pacifistas, feministas, homosexuales, liberación sexual, ecologistas, etc.), distintos movimientos culturales y artísticos (hippies, happening, fluxus, pop-art, videoarte, land art, psicodelia, etc.) tuvieron muy diversas raíces, en California, Nueva York, Berlín y París, sin duda. Se trataba del «alzamiento» de una generación privilegiada (nacida entre 1940 y 1950), en los EE. UU. y Europa, que descubría su identidad tirándose a la calle contra las grandes potencias imperiales (la URSS y los EE.UU.), roturando nuevos territorios sociales y culturales, globalmente «anti autoritarios», aspirando a crear «nuevas formas de vida» y «relaciones sociales» (de la autogestión a las «comuna»).

En ese marco, las jornadas del mes de mayo de 1968, en París y Francia, tuvieron y tienen un eco excepcional, pero dejaron una herencia harto incierta.

«Olvidar 68»

Embrión de las jornadas de mayo, la Internacional Situacionista (1958 - 1969) fue el movimiento cultural más genuinamente subversivo de su época. Desapareció sin posible descendencia. Los pensadores franceses que estuvieron al frente del primer movimiento de la época, los maestros «estructuralistas», terminaron difuminándose en una diversidad antagónica: Claude Leví-Strauss osciló hacia el liberalismo, Michel Foucault terminó apoyando el retorno del ayatolá Jomeini a Teherán, Louis Althusser estranguló a su propia esposa… y los jóvenes activistas del 68 parisino (André Glucksmann, Bernard-Henri Lévy) comenzaron por denunciar la impostura totalitaria comunista, para terminar oscilando hacia el reformismo tranquilo. Desaparecida la Internacional Situacionista, el 68 francés no inspiró textos subversivos comparables a la Comuna Zamorana de Agustín García Calvo .

En el terreno estrictamente político, los jóvenes parisinos del 68 estaban divididos en numerosas capillas izquierdistas: trotskistas ( Alain Krivine), maoístas (Alain Geismar), anarquistas (Daniel Cohn-Bendit), divididas, a su vez, en «subcapillas» (trostkistas de distinta obediencia, «maoistas libertarios», entre muchas otras otras). Jamás hubo entre esas familias antagónicas un « proyecto político común ». Krivine deliraba con un putsch leninista, «tomando» el palacio del Elíseo: proyecto de Cohn-Bendit le quitó de la cabeza, con dos sentencias devastadoras.

Entre la cultura y la política, el magno legado del 68 francés fue el hundimiento de la hegemonía comunista. Por vez primera, desde 1945, el PCF y los intelectuales comunistas fueron denunciados como un grupo de presión arcaico y totalitario.

Entre la cultura y la agitación social, la contestación juvenil parisina no tuvo la importancia excepcional que tuvo la contracultura californiana… El «papa» de la revolución sexual (Wilhelm Reich) llegó «importado» de Berlín y Berkeley. El «papa contraconsumista» (Herbert Marcuse) era alemán y enseñaba en California.

La «intelligentsia» estrictamente parisina intentó «sumarse» y «participar» de alguna manera en las jornadas de mayo, pero no dejó una huella duradera. El sociólogo Alain Touraine elaboró sucesivas teorías de un «socialialismo autogestionario» que no tuvo ningún éxito y terminó diluido en la «unión de la izquierda». Henri Lefebvre fue acusado de plagiario. Sartre, Beauvoir y Foucault intentaron en vano montarse en algún «carro», pero también ellos pertenecían a un pasado nada heroico y terminaron apoyando a los terroristas de la Fracción Ejército Rojo.

Entre muchas otras herencias cosmopolitas, los novelistas, poetas y cineastas checos y norteamericanos (Kundera, Ginsberg, etcétera) dejaron obras de gran calado en la historia literaria y visual de la época. La Nouvelle Vague francesa (de formación políticamente conservadora) paralizó el Festival de Cannes de aquel año, pero la obra de Godard del momento destaca por su colosal confusión no siempre significante. Sin duda, la defensa de la Cinemateca parisina de Henri Langlois tuvo un cierto tono épico, sin herencia.

En el terreno social, la CGT (sindicato comunista) se benefició del gigantesco lío, negociando unos acuerdos salariales que terminaron por enterrar los sucesos de mayo, con un «pacto social» entre De Gaulle y los comunistas. De Gaulle disolvió la Asamblea Nacional el 30 de mayo. Veintisiete días después de la aparatosa ocupación de la Sorbona, se iniciaba una rapidísima vuelta a la normalidad más conservadora.

En las elecciones generales del mes de junio siguiente, la Union pour la défense de la République (UDR, derecha gaullista) consiguió 294 de los 485 escaños : una de las mayorías conservadoras más grandes de la historia política de Francia. Los centristas de Progrès et démocratie moderne (PDM) consiguieron 27 escaños . Los Républicains indépendants (RI, centristas) consiguieron 64 escaños . El PCF consiguió 34 escaños. La Federación izquierda demócrata socialista 57 consiguió escaños . Así terminaban políticamente varias semanas de agitación sin destino conocido más allá de poéticas proclamas literarias: el alzamiento y triunfo de la Francia más conservadora.

Comenzaba el inconcluso diluvio de los millares de libros y ensayos glosando una «revolución» que nunca existió, los fuegos fatuos de unos movimientos culturales, sociales y políticos que no habían comenzado en Francia y solo tuvieron en París el eco confuso de una explotación comercial sin herencia cultural «autónoma», al margen de las grandes corrientes sociales, culturales, artísticas y políticas europeas y norteamericanas. Daniel Cohn-Bendit, la figura más emblemática del 68 francés, publicó el 2008 un libro titulado «Forget 68» (Olvidar 68) y hoy, tras apoyar la candidatura de Emmanuel Macron al Elíseo, defiende una Europa federal, una economía «liberal libertaria».

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