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Indonesia recuerda una de las mayores tragedias del siglo XX

Supervivientes de las matanzas de 1965 relatan a ABC su lucha por el honor de las víctimas

EDUARDO S. MOLANO

«Me torturaban usando descargas eléctricas. Conectaban mis dedos a un cable y encendían la máquina. Era muy doloroso».

Ha pasado casi medio siglo, pero en la mirada del indonesio Bedjo Unjtung el recuerdo del martirio aún se encuentra fresco. Unjtung es un superviviente de uno de los episodios más oscuros y trágicos del siglo XX. Si hay una fecha que marca el inicio a su calvario es la noche del 30 de septiembre de 1965 . Esa jornada, tras la muerte de seis generales y otros oficiales militares, atribuida al Partido Comunista de Indonesia (PKI), comenzaba una caza de brujas que cambiaría el país para siempre.

«Cuando fui detenido, me condujeron al centro de Kalong, un lugar muy brutal de interrogatorios. La gente lloraba por las noches» , asegura en conversación con ABC.

El Ejército, de la mano de organizaciones islámicas y grupos paramilitares, desataría entonces una feroz represión contra simpatizantes del PKI, reales o imaginarios, a quienes acusaba de planear un golpe de Estado. Se estima que 500.000 presuntos miembros de izquierdas, así como sus familiares, fueron asesinados en el periodo entre 1965-1966. Algunas fuentes elevan el número de víctimas, incluso, por encima del millón.

122 fosas comunes

Todas ellas con nombres y apellidos. Este lunes, juntos con otros supervivientes de las masacres, Unjtung presentaba una lista al Gobierno de Yakarta con cerca de 122 localizaciones de fosas comunes distribuidas por el país .

El documento es producto de una investigación llevada a cabo desde 2000 y da cuenta de casi 14.000 víctimas en las islas de Java, Sumatra, Borneo, Sulawesi, Flores y Bali.

«En octubre de 1965 tenía 17 años. La mayoría de estudiantes como yo eran interrogados y no se les permitía ir a la escuela. Decidí huir desde mi localidad natal, en Central Java, a Yakarta porque la situación era un caos. Muchas casas eran incendiadas y la gente sufría arrestos e, incluso, eran asesinadas. Después de cinco años de huida, en 1970 fui capturado por los militares», relata este superviviente.

El 24 de octubre de ese mismo año, Unjtung acabaría con sus huesos en un centro de interrogación. No volvería a gozar de libertad hasta nueves años después, en un causa que nunca fue juzgada.

«Las prisiones estaban masificadas. En celdas que debían ser ocupadas por no más de cuatro personas, éramos doce (…) Sufría malnutrición. No tenía fuerzas suficientes ni para levantarme», recuerda.

Recientemente, el Gobierno de Indonesia accedía a diseccionar la tragedia durante una conferencia en la capital, Yakarta, que contó con la participación de 200 personas, entre ellas, Sukmawati Sukarnoputri, hija del expresidente Sukarno, así como ministros del gabinete.

Aprender del pasado

«(Es importante que las víctimas tengan justicia) porque es un recuerdo aún muy trágico. Tenemos que aprender de las lecciones de entonces , ya que fue el momento, además, de la creación del nuevo régimen autoritario (el “Nuevo Orden” desembocaría en 1967, con la salida del poder de Sukarno y la llegada de Suharto, quien extendería su mandato hasta 1998)», asegura a este diario Haris Azhar, coordinador de Kontras, una organización que lucha por la defensa de las víctimas.

Sin embargo, algunos cuestiones, como el papel que jugaron potencias extranjeras en las masacres continúan sumergidas en el lodo del silencio. La organización Human Rights Watch pedía en abril a Estados Unidos la desclasificación de sus registros de la época para verter así luz a la verdadera dimensión de la tragedia. ¿Cuál fue la colaboración entre Washington y los asesinos en 1965? ¿Cuáles fueron los canales de comunicación? Como recuerda el director ejecutivo de HRW, Kenneth Roth , «50 años más tarde, no está claro cuántos de los arquitectos de los homicidios siguen vivos».

Mientras, el sexagenario Bedjo, quien dedica ahora su tiempo a colaborar en un instituto para el estudio de la masacre, continúa a la espera.

«Queremos el fin de la estigmatización de todos los prisioneros (…) Es el momento de que el Gobierno diga 'lo siento' a todos los detenidos políticos», aspira.

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