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PERFIL

Emmanuel Macron, el arrogante

La cúpula militar lo considera «autoritario», otros ven en él un joven brillante que usa métodos expeditivos... El presidente francés pierde apoyos en su país, pero es adorado fuera de él

Emmanuel Macron REUTERS
Juan Pedro Quiñonero

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A los seis meses de ser elegido presidente de la República, Emmanuel Macron encarna, para bien y para mal, las virtudes y defectos de algunos de los grandes constructores y reformadores de Francia, Luis XIV, Bonaparte, De Gaulle, Valery Giscard d’Estaing . Cuando su partido, La República En Marcha (LREM), celebró ayer su primer congreso en Lyon, con una fiebre propia de la transición de la infancia a la pubertad, el primer semestre de su presidencia está siendo estudiado con la veneración debida a los héroes nacionales.

Su victoriosa campaña triunfal, a paso de carga, al frente de un modesto y entusiasta cuerpo de ejército de ilustres desconocidos, solo es comparable a la primera campaña de Italia del general Bonaparte, que Stendhal celebra en su obertura de «La Cartuja de Parma» en unos términos legendarios: «El 15 de mayo de 1796, el general Bonaparte hizo su entrada en Milán, al frente de su joven ejército, que atravesaba el puente de Lodi para descubrir al mundo que, después de tantos siglos, César y Alejandro tenían un sucesor».

Antes siquiera de instalarse en el Elíseo, el presidente electo celebró su triunfo en la entrada del Museo del Louvre, en unos términos líricos que recuerdan a Saint-Simon contando la toma de posesión del jovencísimo Luis XIV en la más emblemática de las antiguas residencias de la monarquía absoluta francesa, Versalles, donde los presidente de la V República también tienen una residencia de recreo».

A los dos meses de su instalación en el Elíseo, Macron zanjó su primera crisis con un brío marcial propio del general De Gaulle, fulminando a los generales que contestaban su política en Argelia . Ante las críticas por sus recortes presupuestarios, Macron puso firmes a los mandos militares y exigió la dimisión inmediata del Jefe de Estado Mayor de los Ejércitos, y sentenció: «El jefe soy yo. Y no necesito consejos. Pueden disponer».

Calificado de «joven autoritario» por la jerarquía milita r desde entonces, Macron siguió utilizando métodos igualmente expeditivos para hacer pasar sus primeras reformas. Allí donde sus antecesores se habían perdido en las pantanosas aguas de los debates parlamentarios, Macron ha recurrido a las «ordenanzas», una suerte de «decretazo» que permite a cualquier gobierno francés imponer sus leyes sin apenas debate. El mismo recurso usado por De Gaulle en la posguerra.

Macron comenzó sus maniobras internacionales, con un abanico de ambiciosas propuestas europeas, siguiendo el modelo que Voltaire describe en «El siglo de Luis XIV», proyectos destinados a restaurar el puesto de Francia y su cultura en una Europa paralizada por varias crisis de fondo.

Podio Olímpico

El estilo Macron recuerda al del general De Gaulle evocado por François Mauriac: «El orador sobrevuela el planeta, el pasado, el presente y el futuro. Distribuye críticas y elogios y no disimula la satisfacción que le inspira la Francia que él desea transformar». Instalado en tan olímpico podio, Macron también comete faltas de temible altivez cuando habla de «vagos» para referirse a algunos sindicalistas renuentes, con la misma condescendencia que De Gaulle denunciaba el barullo de los sindicalistas de su época.

En el terreno de las formas, Macron sigue las huellas de Giscard, que recurrió al más aristocrático de los grandes fotógrafos del siglo XX, Jacques Henri Lartigue, para realizar su fotografía oficial, una obra maestra. La fotógrafa oficial de Macron es Soazig de la Moissonnière , joven estrella ascendente, cuya obra insiste en el intimismo y una estética del buen gusto alejada de la Francia profunda e invisible desde los parisinos palacios de la República.

Heredero de tan majestuosa tradición, Macron se ha instalado en un solitario Olimpo. La izquierda y la derecha están en ruinas. La extrema derecha y la extrema izquierda ofrecen una modesta «resistencia» de griterío populista. Los historiadores suelen recordar que los franceses adoran la coronación de sus héroes nacionales, para terminar condenándolos a la guillotina. Emmanuel Macron todavía tiene cinco largos años para descender del Olimpo de su alicaída estima popular: un 53 por ciento de los franceses tienen mala o muy mala opinión de su joven presidente.

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