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Xi Jinping se rodea de un culto a la personalidad nunca visto desde Mao

Paralela al Congreso del Partido Comunista chino, una exposición con decenas de retratos del presidente Xi le atribuye todos los logros de los últimos años

La exposición sobre Xi Jinping ABC
Pablo M. Díez

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Abriendo todas las noches las noticias de la televisión. Cada día en varias páginas de cualquier periódico. Omnipresente en internet . Ocupando las vallas publicitarias de las estaciones de metro y de las paradas de autobús. Y hasta en platos decorativos a la venta en tiendas de «souvenirs» como parte del «merchandising» rojo que abunda en China.

Más aún de lo habitual, que ya es bastante, la presencia del presidente Xi Jinping se ha vuelto constante estos días con motivo del XIX Congreso del Partido Comunista, que renovará la cúpula del régimen y reforzará su poder de cara a su segundo mandato de cinco años. Con la incógnita de si prolongará su presidencia más allá de la década que establecen las normas no escritas del Partido, Xi construye un culto a la personalidad que no se veía en China desde los tiempos de Mao Zedong , el «padre de la patria» que dirigió con puño de hierro este país durante 27 años.

Una loa interminable

Acercándose a extremos propios de Corea del Norte , que venera a la dinastía Kim como a dioses, así se aprecia en una exposición paralela al Congreso del Partido que ensalza los logros alcanzados en los cinco primeros años de su mandato. Ocupando diez salas del Centro de Exposiciones de Pekín, un edificio de estilo soviético coronado por una estrella roja y profusamente decorado con la hoz y el martillo, símbolos del comunismo, la muestra es una loa incesante al presidente Xi.

Además de atribuirle todos los avances de China durante el último lustro, desde la proliferación de los trenes de alta velocidad hasta el portaaviones Liaoning pasando por el progreso económico y la erradicación de la pobreza, la exposición reproduce decenas de fotos y vídeos de Xi Jinping . Inspeccionando una fábrica y charlando amistosamente con los obreros. Visitando una cooperativa estatal para tomar luego, sentado en la postura del loto, una humilde cena en casa de unos campesinos. De uniforme militar, pasando revista a un batallón y disparando con un fusil. Dirigiendo las reuniones del Consejo de Estado y del Partido Comunista. Con Trump, Putin y otros mandatarios del mundo para reflejar el ascenso internacional de China. Trabajando de joven en el campo, cuando fue enviado siete años a un pueblo de la provincia de Shaanxi para ser reeducado durante la «Revolución Cultural» (1966-76). Abrazando a unos ancianos y, por supuesto, cumpliendo el ritual clásico que no puede faltar en cualquier político de la ideología que sea: besando a un niño en la mejilla.

Con largas colas a la entrada, que se ralentizan por los férreos controles de seguridad, la exposición está a reventar. En medio de la multitud, bajo los retratos de Xi Jinping pasan a cada momento grupos dirigidos por atractivas guías vestidas, cómo no, de rojo, que enumeran de forma cantarina sus virtudes. «El presidente Xi», «El presidente Xi», « El presidente Xi »… es prácticamente lo único que se oye de su discurso mientras los visitantes no paran de hacer fotos con sus móviles. Entre ellos hay numerosos militares, lo que es comprensible en este régimen de partido único sostenido por el Ejército, pero también escolares, jóvenes, adultos y jubilados. Incluso para un país adoctrinado como China, sorprende el éxito de esta exposición, pero todo se explica en cuanto hablamos con una de las visitantes.

«He venido con mi "danwei" (término de la época maoísta que se refiere a la unidad de trabajo o empresa donde está empleada una persona) para ver la muestra como una de las actividades de grupo que hacemos en la compañía», revela Faye Fu, una chica de 28 años de la provincia de Hebei que es operaria de un almacén de mecánica industrial. Cuando se le pregunta sobre el presidente Xi, su respuesta sorprende: «Es muy guapo». Gustos aparte, la joven se excusa para no hablar de política argumentando que todavía no ha oído su discurso de apertura del Congreso del Partido Comunista, pero que tendrá que hacerlo y aprenderse algunas frases de memoria para comentarlas luego con otros compañeros en su empresa.

Dentro de este adoctrinamiento ideológico, que se ha intensificado bajo su mandato, la propaganda ha bautizado al presidente como «Xi Dada», que significa « Papá Xi ». Erigido en padre de los más de 1.350 millones de chinos, su figura ha trascendido el ámbito de la política para formar parte de la vida cotidiana. Retratado por los medios oficiales como un líder infatigable y cercano al pueblo, en las galas del año nuevo lunar se le dedican canciones cursilonas como «Te doy mi corazón» y reportajes donde no hay más que alabanzas y ni una sola crítica. A la buena imagen de Xi también contribuye su esposa, la popular cantante Peng Liyuan, que deslumbra con su elegancia en cada aparición pública.

Hace dos años, los 12.000 aspirantes a entrar en la Universidad de Tecnología de Pekín tuvieron que pintar de memoria su rostro a carboncillo. De su libro « El Gobierno de China », traducido a ocho idiomas, se han vendido -o probablemente regalado- más de 20 millones de copias. Y su doctrina política, que promete alcanzar «el sueño de China» y «rejuvenecer» esta milenaria nación, ilusiona a la sociedad más que las obsoletas proclamas comunistas de sus antecesores.

Los escépticos

Pero no todo el mundo «compra» estos mensajes propagandísticos. Con cara aburrida, Deng Rui, de 30 años, sigue a un grupo que visita la exposición. Al igual que Faye Fu, ha venido con 40 compañeros del instituto de geología donde trabaja y no ha podido negarse a esta «importante actividad extralaboral».

-¿Es Xi Jinping un buen líder? -le preguntamos a bocajarro, a sabiendas de los recelos que tienen los chinos para hablar de política en público y con desconocidos, mucho más si son periodistas occidentales.

-No tengo opinión al respecto -responde esquivando el marrón.

-¿Pero esto no es un poco lavado de cerebro? -volvemos a la carga para intentar sonsacarle algo.

-¿Por qué? - contesta encogiéndose de hombros.

-Porque en otros países, por ejemplo en Europa o EE.UU., las empresas no obligan a sus trabajadores a ir a exposiciones sobre sus dirigentes.

-¿Ah, no?

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