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China celebra 40 años de «comucapitalismo» con más apertura económica, pero no política

El presidente Xi Jinping recuerda el éxito económico del régimen, que empezó hace justo cuatro décadas, para legitimar su autoritarismo

El presidente chino, Xi Jinping (izquierda), hace una indicación al primer ministro chino, Li Keqiang EFE
Pablo M. Díez

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Hace justo cuatro décadas, la paupérrima China comunista que había dejado Mao Zedong tras su muerte en 1976 tomaba una de las decisiones más trascendentales de su historia. Entre el 18 y el 22 de diciembre de 1978, el tercer Pleno del XI Comité Central del Partido Comunista aprobaba los primeros cambios para iniciar una reforma económica que, en la práctica, significaba su apertura al capitalismo.

Lo hacía a las órdenes de Deng Xiaoping, el líder revisionista que iba a apartar del poder al sucesor escogido por Mao para continuar con el comunismo a ultranza, Hua Guofeng. Abriendo una nueva etapa, el régimen de Pekín acabó con la agricultura colectiva impuesta tras el triunfo de la revolución en 1949 y permitió a los campesinos cultivar sus propias tierras por sí mismos y quedarse con los beneficios. Aunque la propiedad del suelo seguía perteneciendo al Estado, los agricultores obtuvieron entonces un derecho de usufructo durante períodos renovables de 30 años, liquidando así el desastroso sistema de colectivización agraria que, en forma de comunas y cooperativas con entre 10.000 y 20.000 miembros, había sumido a China en el hambre permanente.

Meses después, el 15 de julio de 1979, el Partido aprobaba la creación de cuatro zonas económicas especiales en la provincia de Cantón: Shenzhen, Zhuhai, Shantou y Maoming. Con lo único que tenía China entonces, una abundante mano de obra barata, dichas ciudades adoptaron técnicas capitalistas para captar inversión extranjera.

Estabilidad social

El resto es el «milagro económico chino» de los últimos cuarenta años, en los que el país más poblado del mundo ha vivido su mayor transformación. Con un crecimiento sostenido en torno al 10 por ciento anual, más de 740 millones de personas han salido de la pobreza y China se ha erigido en la segunda potencia económica del mundo en términos brutos, solo por detrás de EE.UU. Con un Producto Interior Bruto (PIB) de 12,2 billones de dólares (10,7 billones de euros), el gigante asiático representa ya el 15 por ciento de la economía global, mientras que hace cuatro décadas era solo el 1,75 por ciento.

Para celebrar tal hito, el presidente Xi Jinping pronunció ayer un discurso ante la plana mayor del régimen en el Gran Palacio del Pueblo de Pekín. «El país ha mantenido su estabilidad social mucho tiempo, siendo una de las naciones que proporciona mayor sensación de seguridad», se ufanó Xi, quien recurrió al progreso económico para legitimar al régimen. «Cupones para el grano, la ropa, la carne, el pescado, el aceite, el tofu y otros documentos con los que la gente no podía pasar ni una vez han sido confinados a los museos de Historia», recordó el presidente. Satisfecho, aseguró que «los tormentos del hambre, la falta de comida y ropa, y las penurias que han asolado durante miles de años a nuestra gente han desaparecido y no volverán».

Superpotencia global

Esgrimiendo este éxito económico, que ha aupado a China como superpotencia global, Xi Jinping reivindicó la legitimidad de su régimen autoritario frente a las voces, internacionales y domésticas, que le reclaman mayor apertura política o incluso democracia. «Nadie está en posición de dictar al pueblo chino lo que debería hacer o no», sentenció con contudencia el presidente, que el año pasado reformó la Constitución para perpetuarse en el cargo.

En el poder desde 2012, Xi Jinping no solo ha construido un culto al líder que no se veía desde los tiempos de Mao, sino que ha endurecido la represión y está potenciando el papel internacional de China para disputarle a EE.UU. la hegemonía global. Una rivalidad que ha estallado en una virulenta guerra comercial con andanadas mutuas de aranceles multimillonarios y hasta la detención en Canadá de la hija del fundador de Huawei, buque insignia de la industria tecnológica china.

Para calmar a quienes ven con preocupación el auge del país, Xi insistió en que «China no busca dominar» y volvió a apostar por el multilateralismo y el libre comercio pese a tener muchos sectores de su economía controlados por monopolios estatales. Con la economía china ralentizándose debido al impacto de los aranceles impuestos por Trump, Xi Jinping advirtió de que «ningún éxito de reforma y apertura es fácil. En los años venideros, riesgos y retos de todo tipo son inevitables». Con el fin de superarlos, recordó que «el Partido debe guiar a través de la situación general y coordinar el trabajo de todas las partes, seguir comprometido con la práctica científica, democrática y legal del gobierno… y ver que el barco chino de la reforma y apertura romperá las olas y navegará en la dirección correcta». Todo ello, por supuesto, «·apoyando el liderazgo centralizado y unificado del Partido, que ha sido capaz de conseguir esta histórica transformación».

Cuarenta años después de abrirse al capitalismo, el progreso no solo no ha traído la democracia a China, sino que ha reforzado su régimen autoritario. «Es dificil predecir el futuro», elude la cuestión democrática Fang Ning, de la Academia de Ciencias Sociales, para quien «China, como país poblado del mundo, tiene el enorme reto de mantener la estabilidad política y social».

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