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El Brexit se confirma como una mala idea al año de su aprobación

Los hogares británicos han perdido poder adquisitivo y el Gobierno hoy es más débil

Protesta en Londres contra el Brexit AFP
Luis Ventoso

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Se cumple un año del triunfo del Leave en el referéndum del 23 de junio, donde ganó por 51,8%-48,1% (17,4 millones de votos contra 16,1). No se ha producido el cataclismo que vaticinaban el Gobierno de Cameron, el FMI, la OCDE y los principales bancos de inversión. Pero es indudable que el Brexit ha sido una pésima idea , que ha creado un enorme problema donde no lo había.

Los hogares británicos han perdido poder adquisitivo , la crisis política es palpable, con un Gobierno muy débil tras las últimas elecciones. La posición negociadora británica es muy frágil y confusa y se espera una oleada de deslocalizaciones a medida que se avance en la ruptura. La aventura híper nacionalista del Brexit ya está castigando al Reino Unido. Además, la sociedad británica está partida en dos políticamente, dividida como nunca antes.

Antecedentes

El Reino Unido entró en el club europeo en 1973 y aprobó en referéndum continuar en 1975, con un apoyo del 67%. Pero Europa fue siempre una h erida abierta en el corazón del Partido Conservador, con un grupo irredento de eurófobos, que siempre mantuvieron viva la llama de salir de la UE. El cisma europeo fue una de las razones del final político de T hatcher y John Major .

El error de Cameron

El primer ministro Cameron era aficionado a las apuestas de riesgo a cara o cruz. La de Escocia le salió bien y ganó el referéndum de septiembre de 2014 por diez puntos. El de la UE en cambio liquidó su carrera política y ha sumido al país en una crisis que va desde lo económico hasta lo anímico. Cameron prometió en enero de 2013 que si ganaba las elecciones de 2015 convocaría una consulta sobre la UE. Su objetivo era doble: zanjar de una vez el debate interno en su partido y atajar el crecimiento del partido eurófobo UKIP . Dirigida entonces por el carismático y pintoresco Nigel Farage, la formación xenófoba, hoy rumbo a la extinción, estaba robando muchos votos a los tories. En 2014, UKIP dio incluso la campana de ganar las elecciones europeas. Cameron logró su objetivo de parar a UKIP, pero a costa de perder el referéndum.

La campaña

Los defensores del Remain, capitaneados por Cameron y su ministro de Economía, George Osborne, basaron su campaña en advertir de las graves consecuencias económicas que tendría la salida , lo que fue tachado por sus rivales como «el Proyecto Miedo». Cameron defendió la permanencia en la UE reconociéndose él mismo euroescéptico y diciendo en público que no le gustaba. Es muy difícil vender algo cuando el propio vendedor arruga la nariz ante su mercancía.

La campaña del Leave estuvo capitaneada por Boris Johnson, como mascarón de proa y rostro publicó, un político con aura de estrella de rock; pero con Michael Gove, por entonces ministro de Justicia, en la sala de máquinas. Gove es una de las mejores cabezas de la política británica. La campaña del Leave se basó ante todo en una apelación patriótica híper nacionalista: el Reino Unido es un país fabuloso, subyugado por la bota de Bruselas, y llega el «Día de la Independencia». La campaña del Leave cultivó también el rechazo al extranjero, a veces con ribetes xenófobos, y utilizó promesas económicas falsas. La mentira más notable, hoy ya confirmada como una falsedad absoluta, fue la de Boris Johnson garantizando que al salir de la UE la sanidad pública británica dispondría de 350 millones de libras más por semana.

El resultado

El triunfo del Brexit recogió el malestar por la larga resaca de la crisis de 2008 , el enfado de una Inglaterra norteña que se está quedando postrada y el desconcierto de muchos votantes ante la globalización. Fue también una patada de desahogo contra la gran metrópoli, Londres, por parte de la otra Inglaterra olvidada. El chivo expiatorio de todo ese desasosiego fueron los extranjeros y Bruselas, un paquidermo burocrático, que subyugaba al glorioso Reino Unido y abría las puertas a los foráneos, privando de sus empleos a los buenos ingleses. La Permanencia ganó entre los jóvenes, las clases más ilustradas y los profesionales liberales. Se impuso en Londres, Mánchester; las dos ciudades universitarias de más prestigio, Cambridge y Oxford; Escocia e Irlanda del Norte. Pero el Brexit ganó en el conjunto de Inglaterra y en Gales. Fue el voto sobre todo de los jubilados y de las clases bajas descontentas.

El día después

En vísperas de la votación del 23 de junio del año pasado, la inflación británica estaba en el 0,3% y el país era el que más crecía del G7. Hoy la inflación es del 2,9% y el país está en la cola de crecimiento del G7 junto a Italia. El principal problema práctico ha sido la devaluación de la libra, que ha caído alrededor de un 16% respecto a su cotización previa al referéndum. En un país que importa muchísimos de sus bienes de consumo, los precios están creciendo más rápido que los salarios y los británicos están perdiendo poder adquisitivo. A comienzos de año hubo también un inesperado retroceso del consumo minorista, aunque luego repuntó un poco. El precio de la vivienda, que venía creciendo de manera desbocada, sobre todo en Londres, se ha estancado de manera inquietante.

El gran problema de fondo es que el Reino Unido ha transmitido un mensaje que es un disparo a la línea de flotación de la revolución thatcheriana que lo hizo prosperar. Thatcher vendió al mundo un país jurídicamente seguro y muy abierto y logró atraer capital de todo el planeta. Ese fue el secreto del repuntar inglés tras unos años setenta mortecinos. Además la City de Londres se convirtió en uno de los mayores centros financieros del mundo. Brexit significa dudas y el capital es miedoso . La City, primera industria del país, está en entredicho. Varios bancos multinacionales han iniciado procesos de deslocalización y es muy dudoso que una vez que el Reino Unido deje la UE pueda seguir, por ejemplo, siendo la sede de liquidación del euro.

La negociación

May adelantó las elecciones, previstas para 2020, pidiendo que se «reforzase su brazo» para las negociaciones del Brexit. Pero fracasó y perdió la mayoría absoluta que le había legado Cameron. Está en minoría y muy cuestionada por su propio partido. El Gobierno británico no ha acabado nunca de definir una estrategia clara ante el Brexit, probablemente porque no la tiene. May esbozó el pasado enero, en su célebre discurso de Lancaster House, su línea de Brexit duro: abandono del mercado único y la unión aduanera, control de las fronteras y fin de la libre circulación de comunitarios. A día de hoy, ahí sigue, en parte porque el euroescéptico Jeremy Corbyn , el líder laborista, comulga con esa línea, con el único matiz de que rechaza la bravata de May de que «es mejor ningún acuerdo con la UE que un mal acuerdo». Corbyn aboga por buscar a toda costa un acuerdo.

El pasado lunes comenzaron las negociaciones en Bruselas y el jefe negociador británico, el ministro Para la Salida de la UE, el veterano David Davis, fue goleado por su homólogo comunitario, el francés Michel Barnier, que le impuso calendario y modelo de negociación.

El futuro

En 18 meses tendrán que estar finalizadas las conversaciones del divorcio. Pero el ministro de Economía de May, el sensato Philip Hammond, que hizo campaña por el Remain, ya está diciendo que el Reino Unido buscará un periodo de transición, para que sus empresas y la City no se vean súbitamente «al borde de un abismo».

¿Qué pasará a largo plazo? Todo dependerá del dolor que genere el Brexit. Los ingleses, tachados por Napoleón de «nación de tenderos», son un pueblo práctico, que piensa mucho con el bolsillo. Si la aventura del Brexit empeora gravemente sus vidas reales, recularán, con aire digno e impostando que han ganado, pero al final darán un paso atrás. Si los daños son llevaderos, se buscará un acuerdo que dé cierto acceso al mercado único y se ofrecerán cuotas generosas de llegada de comunitarios.

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