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El Salado, de la masacre de los paramilitares a la paz en Colombia

El pueblo sufrió una de las peores matanzas perpetradas por los grupos armados y ahora lucha por volver a la normalidad

El Salado, de la masacre de los paramilitares a la paz en Colombia fundación semana

silvia nieto

Nancy Montes da clases de informática, tiene 34 años y recuerda su niñez con el anhelo indisimulado de una infancia feliz. «La vida era maravillosa», explica a ABC cuando describe El Salado, el pueblecito donde creció, situado en la región colombiana de Montes de María, zona de paisaje agreste y vegetación selvática, y ubicado a poca distancia del mar Caribe. En esa época los niños jugaban en la calle y acompañaban «a sus papás» a trabajar al campo. Cuando anochecía, los habitantes se reunían en el Parque Cinco de Noviembre, el único de la localidad, para sentarse «en una banca a conversar». La imagen de la Virgen de Santa Rosa de Lima presidió las charlas hasta que la violencia rompió la rutina. La madrugada del 23 de marzo de 1997, un grupo paramilitar asesinó allí mismo a la profesora de la localidad , Doris Torres, y a tres vecinos más. Ender Domínguez, una de las víctimas, solo era un muchacho. Tras presenciar la ejecución de la maestra, «cogió mucha rabia y lanzó una piedra a un paramilitar, que cayó al piso como si estuviera muerto». Esa reacción le costó la vida. Los verdugos volvieron tres años después y masacraron a más de cien personas.

Los paramilitares se enseñaron con El Salado por su ubicación estratégica , en una zona idónea para el tráfico de armas y drogas, y por considerar a sus habitantes aliados de las guerrillas de extrema izquierda, unos grupos armados que surgieron en la década de los 60. Para algunos historiadores, su nacimiento fue una de las causas clave para el comienzo del conflicto armado en Colombia. Las principales son las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), de ideología marxista-leninista; el Ejército de Liberación Nacional (ENL), una escisión de las FARC próxima a los postulados de la Teología de la Liberación y del socialismo; y el Ejército Popular de Liberación (EPL), de corte maoísta. Actualmente, el Gobierno colombiano y las FARC negocian la paz en La Habana , Cuba.

Aunque a veces enfrentados entre sí, los grupos guerrilleros lucharon desde el principio contra el Ejército colombiano y las fuerzas de seguridad del país. También contra los grupos paramilitares de extrema derecha, que en los años 90 se aglutinaron y formaron las Autodefensas Unidas de Colombia. Tropas de esta entidad perpetraron la segunda masacre de El Salado, una matanza que se prolongó del 16 al 21 de febrero de 2000 y que provocó un centenar de muertos . «En tres días sacaron todo el trago de las tiendas, se emborracharon y violaron y empalaron mujeres, sacaron fetos de embarazadas y jugaron al fútbol con cabezas. Con un palo, subían la cabeza de la gente y los obligaban a mirar. No los dejaban llorar», cuenta Claudia García Jaramillo, directora de la Fundación Semana, a ABC. La organización pertenece al grupo de prensa Publicaciones Semana y trabaja en la reconstrucción del pueblo desde 2009.

La tragedia sucedió en la cancha de fútbol de El Salado, situada en el centro del pueblo, frente a la iglesia, y antigua plaza sede de corridas de toros y fiestas patronales. Nancy perdió allí a su abuelo y a su madrastra. Los paramilitares, cuenta, «tenían una persona con la cara tapada, que decía que la gente que estaba allí era inocente, que ninguno de ellos era guerrillero». Explicaciones que los mercenarios ignoraron: «Tenían que entregar unos resultados, decían entre ellos. Entonces decidieron hacer conteos y matar a las personas a las que les cayera el número veinte, el treinta» . Nancy sobrevivió porque se ocultó en el campo. Todavía recuerda que un helicóptero sobrevolaba su refugio y lanzaba bengalas, buscando a todos aquellos que habían logrado huir.

En el campo de fútbol, los paramilitares «cogieron los instrumentos de la Casa de la Cultura» y los tocaron «mientras mataban a la gente», añade Claudia. Una vileza pensada para destruir el amor por la música de esa comunidad . En su crónica sobre la masacre, el periodista colombiano Alberto Salcedo Ramos explicó que un psicólogo social aconsejó a los habitantes «exorcizar el demonio». Por eso, los pobladores de El Salado «bailaron un fandango apoteósico en la cancha de la matanza» una noche, para que los «tambores y las gaitas de los ancestros, símbolos de emancipación y deleite» se disociasen del recuerdo de la violencia.

El camino hacia la paz

En noviembre de 2012, el Gobierno de Colombia y las FARC iniciaron un proceso de paz para terminar con el conflicto. Los diálogos de La Habana, que todavía continúan, pretenden acabar con medio siglo de violencia. Según datos publicados por el Instituto Español de Estudios Estratégicos (IEEE) en 2014, la confrontación ha provocado «220.000 víctimas, de las que el 81,5% eran civiles, 25.000 desaparecidos y 27.000 secuestrados» desde 1958 . En un informe de 2015, el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) señaló que el país americano suma seis millones de desplazados internos.

Entre 2002 y 2005, durante la presidencia de Álvaro Uribe, el Gobierno emprendió negociaciones de paz con las Autodefensas Unidas de Colombia, que finalmente fueron desarticuladas. Algunas asociaciones en defensa de los derechos humanos han criticado la inefectividad de este proceso . En un informe de 2014, Human Rights Watch denunció que «los grupos sucesores de paramilitares» comenten «abusos generales contra civiles, incluidos asesinatos, desapariciones, violencia sexual y desplazamiento forzado» . Aministía Internacional rechazó con dureza la Ley de Justicia y Paz de 2005. La organización considera que esta medida, que garantiza a los paramilitares que confiesen sus crímenes pasar un máximo de ocho años en prisión, no respeta «el derecho de las víctimas a la verdad, la justicia y la reparación».

Luchar contra la muerte y el olvido

Claudia García fue periodista durante catorce años, pero hoy afirma que no volverá a su antiguo trabajo. «Esto cambió la realidad de mi vida y encontré mi verdadera vocación», cuenta a ABC, preguntada sobre cómo le afectó el reto de encabezar la Fundación Semana. Entre los logros de la organización, uno de los más destacados ha sido recuperar la Casa de la Cultura de El Salado, que ahora acoge una biblioteca. «No se trata de que los poderosos ricos ayuden a los pobres desfavorecidos, sino de que haya una construcción desde la igualdad» , apunta. Una tarea que también combate el olvido y la indiferencia.

En su citada crónica sobre la masacre, Alberto Salcedo Ramos indica que «los habitantes de estos sitios pobres y apartados solo son visibles cuando padecen una tragedia. Mueren, luego existen». Claudia lo confirma y admite que «ha habido un siglo XXI en las ciudades y un siglo XVI en la zona rural». Las matanzas «se oían en las noticias, pero nadie sabía». Un vídeo realizado por la Fundación Semana subraya la realidad de un país a dos velocidades, donde una parte de la ciudadanía vivió al margen de la violencia. En las imágenes varios colombianos, preguntados por el pueblo víctima de la matanza, responden de forma disparatada y afirman que El Salado puede tratarse de «una discoteca», de un «programa de televisión nuevo» o de «una persona muy de malas» .

Después de la tragedia del año 2000, Nancy abandonó El Salado. Las primeras familias regresaron dos años más tarde, pero ella no lo hizo hasta 2005. «Fue muy duro porque todo estaba muy destruido, las casas muy deterioradas y se veía como un pueblo fantasma», explica. A la ruina material se unieron las complicaciones económicas . Antes de la masacre, la principal fuente de riqueza del pueblo era la industria tabacalera, hoy debilitada. «Las mujeres trabajaban en el procesamiento de ese producto», recuerda. Ayuda en Acción, una ONG dedicada a «mejorar las condiciones de vida en regiones y países pobres», coopera con la Fundación Semana por recuperarla. Esta organización también colabora con entidades públicas y privadas y rechaza la política de «poner dinero en la cuenta». «Lo importante es que una empresa como Telefónica ayude a mejorar la comunicación de gente que ha estado históricamente incomunicada del mundo», subraya Claudia. Como indica, «uno de los motivos por los que la masacre duró tres días fue porque no pudieron avisar de lo que estaba pasando».

Nancy contribuye a la reconstrucción como profesora . Por las mañanas da clases de informática a niños de entre 8 y 15 años que viven en las veredas que rodean a El Salado. «Nunca han tenido la oportunidad de conocer siquiera una computadora», indica. Por las tardes su trabajo se centra en los adultos, a los que enseña a leer y escribir. La maestra explica que es ingeniera de sistemas, pero que la docencia siempre le gustó. Cuando charla con ABC, los recuerdos de su niñez en El Salado se ligan a la escuela. Gracias al colegio, recuerda, los niños del pueblo que cursaban quinto, con once años, tenían la oportunidad de visitar Cartagena de Indias «para conocer la historia de las murallas». Actualmente, la labor de personas como ella se une a la realizada por la Fundación Semana para asentar la paz.

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