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elecciones británicas

«Acuérdate: esto va de Miliband o yo»

David Cameron se embarca en una maratón y Nick Clegg no descarta otros comicios antes de Navidad

«Acuérdate: esto va de Miliband o yo» afp

luis ventoso

El nuevo David Cameron , el remangado, enérgico y sin corbata, inició ayer un frenético maratón de 36 horas, con pequeños mítines de proximidad por medio país. El candidato conservador va corto en los sondeos. En el umbral de los comicios de mañana, trata de pescar escaños dudosos en las circunscripciones marginales. Las dos encuestas de ayer volvieron a reflejar un empate trabadísimo de laboristas y conservadores, uno los igualaba con el 33% de los votos y otro con el 34%, lejos de la mayoría absoluta.

El decorado se ha tornado inquietante para los tories, que empiezan a temer que Miliband desafíe las normas no escritas de fair play político e intente formar un Gobierno en minoría incluso obteniendo menos votos y escaños que su rival. Esa hipótesis se apellida inestabilidad y el dinero se asusta. La libra se ha depreciado tres jornadas consecutivas: un 3% frente al euro y un 2% frente al dólar.

Cameron, como esos alumnos que quieren aprobar el examen en la última noche, se desdobló ayer en siete mítines. Empezó el día en el Suroeste de Londres y luego subió al Norte de la metrópoli. Allí lo acompañó Boris Johnson, el carismático y chisposo alcalde de Londres, el emergente que le moverá la silla si a partir del próximo viernes no es capaz de conformar una mayoría de Gobierno.

En busca de cualquier voto

A las cuatro de la tarde, el líder tory ya estaba en el Finisterre inglés, en St. Ives (Cornualles), un pueblo marinero de postal. Tiene solo 12.000 habitantes, pero es la cuarta vez que el primer ministro se acerca por allí. Y no por sus playas. En el sistema inglés cada circunscripción aporta un diputado y quien gana en ella se lo lleva todo. Ese modelo obliga a pelear puerta a puerta. El diputado ganador en St. Ives desde 1997 es un liberal, pero la última vez se impuso por solo 1.700 votos. Una visita del primer ministro puede desnivelar y cada escaño vale oro: la mayoría absoluta está en 326 y se estima que los conservadores andan entre 274-279 (262-270 para los laboristas).

La casa de cultura del ayuntamiento de St Ives lucía abarrotada. En medio de un círculo de gente, Cameron entró a bocajarro: «Cuando llegue el día de la votación y tengas la papeleta en la mano hazte solo una pregunta, en quién confías, ¿en Miliband o en mí? Acuérdate: esto va de Miliband o yo». La apelación tiene su lógica; el conservador goza de mejor valoración que su rival y en desempeño económico su ventaja se va a los doce puntos.

No se recordaban comicios tan apretados y los liberales de Nick Clegg, a pesar de que perderán casi la mitad de sus escaños, son la bisagra que todos se rifan. Clegg, que se cree que ya negocia bajo cuerda con su ex socio Cameron, ha sido el primero en decir en voz alta algo que flota en el ambiente: «Lo último que necesita este país son unas nuevas elecciones antes de Navidad». Sería una verdadera conmoción, porque el sistema electoral británico está diseñado para facilitar mayorías sólidas. Pero los tiempos están cambiando: las pintas xenófobas de Farage por el Sur y el socialismo antiguo y sin melindres de Nicola Sturgeon en el Gran Norte lastran a los dos grandes clásicos.

Miliband, en un juego de espejos invertidos, se pasea ahora vestido de estadista, con una corbata seria atada al cuello y trajes oscuros, acaso de estética levemente Pep Guardiola. En su sprint final acusó a los conservadores de haber dejado en números rojos al servicio nacional de salud. También admitió por vez primera que tendrá que buscar apoyos poselectorales si quiere gobernar y plantó su primera línea roja para negociar: eliminar el estatuto fiscal de «no domiciliación». Se trata de una exención tributaria instaurada a finales del siglo XVIII, que permite a magnates de todo el mundo instalarse en Londres sin pagar por lo que han ganado fuera. Miliband lo tilda de »paraíso fiscal». Los conservadores le afean que solo conseguirá espantar al capital que ha puesto a la City en órbita.

De campaña en el oeste

Mientras tanto, allá en el occidental St Ives, Cameron esgrimía un papel sonado. La famosa nota del subsecretario del Tesoro laborista durante el traspaso de poderes del 2010, en la que escribió a su relevo torie «no queda dinero en la caja». «¿Queréis esto otra vez?», preguntaba Cameron a su parroquia, agitando la carta en medio de un gran «nooo» risueño del respetable. La duda que se despejará mañana es si ese «no» es mayoritario.

El candidato conservador, que es el favorito del empresariado, sigue recabando apoyos editoriales. Ayer «The Independent», un diario un poco venido a menos, pidió formalmente el apoyo para una nueva coalición de conservadores y liberales. Lo mismo han solicitado «Financial Times» y «The Economist», amén, claro, de los grandes diarios conservadores, «Times» y «Telegraph». En la prensa amarilla merece un estudio freudiano (o deontológico) el alarde de incongruencia de «The Sun». Murdoch, siempre afín al caballo ganador, pide en la edición general que se vote a Cameron para parar al SNP y en la de Escocia, que se apoye a los nacionalistas.

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