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Cauca: la Zona Cero de las FARC

ABC se adentra en el territorio más castigado por la guerrilla colombiana, cuya última acción hizo tambalear el proceso de paz

Cauca: la Zona Cero de las FARC abc

alejandra de vengoechea

«Le ruego que me preste una cobija, siento frío; no quiero morir con frío», le pidió un militar a una mujer que le acompañaba, poco antes de apagarse. Lo acababan de acribillar. A él y a otros diez. Ocurrió poco antes de la medianoche de un martes, mientras dormían. Dos años largos de negociaciones en La Habana entre el Gobierno y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) estuvieron a punto de irse al traste. En 2014 fueron casi 300 los soldados que murieron en combate. ¿Por qué los once que murieron hace unos días rebosaron la copa si la regla del juego es negociar en medio del conflicto? Porque por primera vez en dos años se estaban entendiendo, y las FARC borraron ese buen ambiente de un plumazo. «Se ha lastimado la confianza que se había logrado con cuidado y tesón», afirmó un cabizbajo Humberto de la Calle, el jefe negociador del Gobierno. «Pero seguimos».

Las FARC querían que algo doliera. Son 8.000 rebeldes. Hubieran podido atacar en cualquier otro lugar. Pero por la provincia del Cauca, donde el soldado murió tiritando de frío, han pasado la guerra y la paz. El desmovilizado grupo guerrillero M19, por ejemplo, se enfrentó ahí, y ahí entregó sus armas.

 ¿Qué tiene el Cauca que lo hace tan único? Encierra todas las características del conflicto colombiano. Droga  –6.000 hectáreas de coca cultivadas; 400 hectáreas de marihuana–. Y rabia. El Cauca está habitado por descendientes de africanos que escaparon de la esclavitud. También por indígenas que los españoles quisieron proteger hace más de 500 años. Por blancos, y por mestizos que se apropiaron de las tierras. Mientras que estos últimos defienden la idea de la productividad, los indígenas reclaman su derecho a la posesión de la tierra. En esas peleas siguen. Y las guerrillas las han aprovechado.

«Maestros en sabiduría»

Hace un par de meses esta enviada especial se adentró entre estas montañas. Las FARC habían decretado una tregua unilateral. Era el momento. Visitamos Toribio, a dos horas de Buenos Aires, la vereda donde murieron los soldados, porque en Colombia es el pueblo más atacado por la guerrilla : 600 hostigamientos y cien asaltos en un poco más de treinta años.

Con un atractivo adicional. En el Cauca vive la comunidad indígena paez, reconocida por la Unesco como «maestros en sabiduría». Sin disparar un solo tiro y con bastones de mando de madera como única arma, han liberado secuestrados, bloqueado vías, capturado ladrones, enjuiciado asesinos. Miran a los ojos, guardan silencios elocuentes, dicen las cosas por su nombre y tienen sus propias leyes: una mentira se castiga con latigazos en la espalda, por ejemplo. El robo, con un cepo empotrado en el cuello.

 ¿Por qué se vive aquí, sin agua potable, entre casas agujereadas por tantos tiros, pobreza, tristeza? «Porque quiero recibir mi pensión», me dice Julia Isabel Díaz, de 50 años, la enfermera del pueblo. Llegó a Toribio en 1989. Se casó con un indígena paez, tuvo dos hijos. A su marido lo mataron. Trabajó duro. En 2005, ocurrió uno de los tantísimos ataques de las FARC. Julia recibió a un policía herido. «Cuídeme a mi niña, por favor», le dijo asido a su mano. Murió. Luego cayó una bala en la cuna de un bebé. Después de eso algo pasó en Julia. Un día se levantó con dolor en los huesos, luego empezó a engordar, luego dejó de dormir. «Síndrome de depresión mayor», fue el diagnóstico. Julia vivió siete años como sonámbula, en depresión. Cuando oía balas tenía hemorragias internas. Casi se muere. Pero vivió. Y resiste por la pensión. 

También viven aquí por la esperanza, lo último que se pierde, reza el refrán. Bertha Nelly Pancho, profesora, llegó en 1985. Tiene tres hijas, fue abandonada por su marido, la última de sus niñas tiene parálisis cerebral, es ciega, vive acostada en una cama, usa pañales y tiene 18 años. Nació así. No fue la guerra. Quiere que algún día sus alumnos dejen de pintar dibujos con muertos, con helicópteros, con balas, con grises. «Hemos resistido a la guerra. Al territorio hay que fortalecerlo por dentro», me dice. Nadie en el pueblo cree en los diálogos de paz en Cuba . «La paz no llega con un tratado», concluiría el cura del pueblo, Ezio Guadalupe Roattino, un italo-esloveno que lleva tres décadas aquí. «La guerra se alimenta de la injusticia social», agrega. E injusticia social es lo que sobra en el país.

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