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¿Por qué Turquía no reconoce el «genocidio» armenio?

La airada reacción de Ankara a las palabras del Papa Francisco no resulta sorprendente

¿Por qué Turquía no reconoce el «genocidio» armenio? efe

daniel iriarte

La airada reacción de Ankara a las palabras del Papa Francisco , que este fin de semana ha calificado las grandes matanzas de armenios del Imperio Otomano en 1915 como «genocidio», no resulta sorprendente. La posición oficial de Turquía ha sido siempre una negativa rotunda a aceptar dicho término, insistiendo en que las muertes se produjeron como consecuencia de la mala planificación de unas deportaciones ejecutadas en un contexto de guerra y justificadas como una necesidad militar.

En la primavera de 1915, alarmadas por el curso de la Primera Guerra Mundial y ante la constatación de que guerrillas armenias estaban actuando abiertamente contra las tropas otomanas, a menudo en connivencia con las tropas rusas que avanzaban desde el Cáucaso, las autoridades militares turcas del Comité Unión y Progreso (los «Jóvenes Turcos») ordenaron la deportación de la población armenia de Anatolia a los desiertos de Siria, para limitar su apoyo a los guerrilleros. Se temía que las potencias aliadas utilizasen a los cristianos armenios como quintacolumnistas, igual que había ocurrido en los años anteriores en Grecia, Creta y los Balcanes.

En el camino, cientos de miles de armenios perecieron de hambre, sed y terribles enfermedades, y por los ataques de milicianos kurdos y, en ocasiones, de las propias tropas turcas encargadas de proteger los convoyes de deportados. Aproximadamente un millón de ellos no llegaron a su destino (algunos historiadores elevan la cifra a entre 1,5 y 3 millones, aunque la mayoría de los estudiosos considera estas cifras algo exageradas).

A partir de aquí, empieza la polémica, relativa sobre todo al término «genocidio». La comunidad armenia de la diáspora sostiene que las deportaciones no eran sino la implementación de un plan genocida que tenía como propósito la eliminación física de los armenios otomanos, una especie de «solución final» al desafío que suponían los cristianos del imperio. Y aunque no se ha podido hallar ningún documento que pruebe de forma inequívoca la intención genocida de los líderes turcos de la época, los historiadores armenios aseguran que la forma en la que ocurrieron las muertes de los armenios -demostradas a través de miles de testimonios de supervivientes, misioneros y diplomáticos occidentales, oficiales alemanes y austriacos asignados a destacamentos turcos, y en los propios archivos otomanos y alemanes de la época- es evidencia suficiente.

Por su parte, la posición turca ha ido suavizándose con los años. De la negación radical de mediados del siglo pasado ha ido pasándose a una aceptación de los hechos, pero con matices. Turquía sostiene oficialmente que el número de armenios muertos es muy inferior al mencionado, en torno a 300.000, y que una cifra similar de turcos murió a manos de las guerrillas armenias. En ciudades como Erzurum existen «museos del genocidio armenio», dedicados a explicar «el genocidio cometido por los armenios contra los turcos».

Evolución de la postura

La versión oficialista, además, ha puesto mucho empeño en sostener la necesidad de las deportaciones debido al carácter levantisco de los armenios otomanos, considerados «traidores» por el nacionalismo turco más radical. Historiadores como el ex diplomático Kâmuran Gürün han dedicado volúmenes enteros a explicar este asunto, como el libro «El expediente armenio: El mito de la inocencia desvelado». En los años 80 y 90, el Parlamento turco y el Ministerio de Información publicaron selecciones de documentos de los archivos otomanos relatando la actividad de las guerrillas armenias, lo que, según su argumentación, justificaría las deportaciones.

Algunos historiadores internacionales, como Bernard Lewis o Justin McCarthy, se han destacado públicamente por su negativa a considerar estos hechos como genocidio. El estadounidense de origen polaco Guenter Lewy, de la Universidad de Massachusetts, resume algunos elementos que, según él, demuestran que no existía una voluntad de exterminar a la población armenia en su totalidad: el hecho de que las comunidades armenias de Estambul, Izmir y Kütahya fueran eximidas de las deportaciones, salvo en casos concretos; los esfuerzos desplegados por algunos comandantes otomanos para proteger los convoyes de deportados, que en varios casos incluyeron el ahorcamiento de oficiales turcos que habían perpetrado abusos contra ellos; y sobre todo, la ausencia de documentos que prueben sin asomo de duda la existencia de un plan genocida. La veracidad de aquellos que han ido apareciendo con los años, según Lewy, es más que dudosa.

Paradójicamente, uno de los historiadores que más ha abogado en sentido contrario es el turco Taner Akçam, exiliado político desde los años 70 y hoy residente en Atlanta, EE.UU. Akçam basa su argumentación en el contenido de los archivos de los juicios militares en Estambul contra los líderes del Comité Unión y Progreso (CUP) en 1919, tras la victoria aliada, en los que el tratamiento de los armenios ocupó un lugar prominente.

«Aunque hay amplias razones para creer que estos archivos fueron “podados” tras el armisticio de 1918, la inmensidad del crimen y la extensa naturaleza de los registros implica que estos documentos solo han podido ser purgados en parte», afirma. «Lo que permanece en los archivos otomanos y en los registros de los tribunales es suficiente para mostrar que el Comité Central del CUP, y la Organización Especial creada para llevar a cabo este plan, intentó deliberadamente destruir a la población armenia», asegura Akçam, catedrático de Estudios sobre el Genocidio Armenio en la Universidad de Clark.

La negativa turca

La negativa turca a aceptar el término «genocidio» se basa en varios elementos. El primero es el temor a las posibles implicaciones legales: los miembros más intransigentes del nacionalismo armenio siguen refiriéndose al este de Turquía como «Armenia occidental», y exigen no solamente compensaciones económicas, sino también restituciones territoriales, tal y como comprobó ABC en una entrevista con miembros del partido Dashnaksutyun en Ereván en 2010.

Además, una aceptación cuestionaría la propia legitimidad del moderno estado turco, puesto que algunos de los principales responsables de las matanzas pasaron posteriormente a ocupar puestos de responsabilidad en la nueva República de Turquía. Por último, existe una extendida sensación de injusticia y doble rasero, puesto que mientras todo el mundo simpatiza con el sufrimiento de los armenios, nadie hace referencia a las matanzas y las deportaciones sufridas por los musulmanes del Imperio Otomano en los Balcanes, el Cáucaso o Crimea más o menos en la misma época.

En fecha tan reciente como 2006, los escritores turcos Orhan Pamuk y Elif Shafak fueron llevados a juicio por hacer referencia al tema, acusados de «insultar la esencia de la nación turca», un delito tipificado en el artículo 301 del Código Penal. No obstante, ambos fueron absueltos, lo que indica que, poco a poco, el clima va cambiando. En 2009, doscientos intelectuales turcos iniciaron una campaña en internet bajo el título «Pido perdón», que decía: «Mi conciencia no puede aceptar la indiferencia o la negación de la Gran Catástrofe que los armenios otomanos sufrieron en 1915. Rechazo esta injusticia, y por mi parte, comparto los sentimientos y el dolor de mis hermanos y hermanas armenios, y les pido perdón». La campaña fue firmada por 30.000 personas en pocos meses, pero rápidamente, una contracampaña titulada «Espero una disculpa» obtuvo cuatro veces más firmas, malogrando lo conseguido. Y aunque nadie ha vuelto a ser juzgado por el artículo 301, y es posible encontrar abiertamente libros sobre el genocidio armenio en las librerías de las principales ciudades turcas, la cuestión sigue lejos de poder ser tratada de forma desapasionada.

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