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A la caza de un «geek» llamado Miliband

Los conservadores consideran que el extraño candidato de la oposición es el flanco débil del laborismo

A la caza de un «geek» llamado Miliband reuters

luis ventoso

En el mundo anglosajón un «geek» es una variante de friki. Un tipo inteligente, pero raro, aficionado a la tecnología y los videojuegos y abismado en su mundo. El líder laborista Ed Miliband , un judío ateo de 45 años y 1,85 de estatura, de peculiar voz nasal, moreno de pelazo negro y nariz aplastada, casado y padre de dos hijos, es tildado despectivamente de «geek del Norte de Londres».

«Me declaro culpable de ser un geek. Estoy orgulloso», ha replicado en una entrevista personal en Absolute Radio. Entre sus credenciales para formar parte de esa logia, el político recuerda su enganche de chaval con el videojuego «Manic Miner», «con el que volvía locos a mis padres, porque lo jugaba en la tele y no podían verla». Hay más credenciales freak en Miliband: es fan de la serie «Dallas», de niño completaba el cubo de Rubik en 90 segundos y su top gastronómico es el pollo al curri.

Wallace, un inventor bonachón y patoso, y Gromit, su perro labrador, son unos dibujos animados ingleses de plastilina que han ganado un Oscar. El caricaturista de «The Times» ha reparado en que la cara de Miliband es clavada a la de Wallace y lo retrata con sus facciones. Nick Park, el padre de los muñecos, simpatizante laborista, se ha quejado: dice que la parodia daña la buena imagen de sus personajes.

Algo no acaba de encajar en Miliband. Los conservadores lo saben y han convertido la caza del «geek» en el eje de su campaña. Miliband es acusado de constituir una amenaza económica («traería el caos»), de ser un rehén del nacionalismo escocés, cuyo abrazo del oso necesita para llegar al poder, y hasta de haber «apuñalado por la espalda a su propio hermano y querer apuñalar ahora a su país de la mano del SNP (partido nacionalista escocés).»

Utilizando como metáfora «Dallas», digamos que David Miliband sería J. R., el hermano taimado y ganador, y Ed Miliband, Bobby, más suave, pero más débil. Son hijos de refugiados judíos polacos, que llegaron al Reino Unido huyendo del nazismo. Su padre era un reputado profesor marxista radical, su madre una activista pro derechos humanos. La familia perdió a 40 miembros en las fábricas de muerte de Hitler.

En 2010 los Miliband se jugaron el liderazgo laborista. Antes, bajo Gordon Brown, habían sido los primeros hermanos en un consejo de ministros desde 1938. David, cuatro años mayor que Ed, ocupaba la poderosa cartera de Exteriores y el pequeño, Energía, un ministerio menor. Ambos se formaron en Oxford con grandes expedientes, algo mejor el de Ed. David era sin embargo el favorito absoluto: más prestigiado, más rocoso, más centrista. Pero Abel derrotó a Caín por un apretado 50,6%-49,3%. Lo hizo con un discurso a la izquierda del Nuevo Laborismo de Blair y tras ganarse a los sindicatos. Desde entonces los hermanos casi no se hablan y el derrotado se ha mudado a Estados Unidos.

Aquel antecedente lleva a algunos analistas a advertir que ojo con el «geek», que oculta un «instinto asesino» y gasta piel de rinoceronte. Su problema está en la calle: no conecta con el inglés medio, que lo ve un poco alienígena.

Cerebro poderoso

Sobre el papel tiene lo que hay que tener: su grado en Oxford en Filosofía, Política y Economía; un máster en la London School of Economics y hasta se pasó el 2003 en Harvard. No arrastra escándalos. Se da por hecho que posee un cerebro poderoso. Tiene una vida personal aparentemente feliz en su casa del Norte de Londres, en una finolis barriada de izquierda, casado con la inteligente abogada y antigua actriz infantil Justine Thornton, con la que tiene dos hijos de cuatro y cinco años, de nombres bíblicos. Ha mostrado incluso cierto cuajo plantando cara al influyente Rupert Murdoch durante el escándalo de sus escuchas: «El imperio de Murdoch debe ser desmantelado», clamaba. También se ha enfrentado con energía al «Daily Mail», que acusó a su padre marxista de «odiar a Gran Bretaña». Pero Ed no funciona.

Según una encuesta de Ipsos Mori, el nivel de desaprobación de Cameron supera en 16 puntos a quienes lo aprueban. En el caso de Miliband la nota negativa se eleva a 31 puntos. Para encontrar a un dirigente laborista tan atascado hay que remontarse al atrabiliario Michael Foot en 1983.

En campaña, Miliband esgrime clichés socialdemócratas manidos. Su idea-fuerza es simple, casi simplista: los recortes de Cameron y Osborne han aumentado la desigualdad y toca construir un país más equitativo. Quiere subir los impuestos a los ricos, gastar más en sanidad y promete rebajar un tercio las matrículas universitarias para ganarse el voto joven. Con ese arsenal de laborismo clásico no acaba de conectar con la clase media, los empresarios lo detestan y mantiene un empate demoscópico con Cameron, ambos con un 33%. Pero si los conservadores no arrancan, el «geek» puede aparecer de rebote instalado en el Diez de Downing Street, de la mano de los nacionalistas y de unos Liberal Demócratas que sopesan cambiar de bando.

Fama de gafe

Miliband arrastra justa fama de gafe. En la campaña de las europeas hizo un receso para comerse un bocadillo de panceta. Un malandrín grabó la escena con el móvil y se convirtió en un vídeo viral por su cavernícola manera de atacar las viandas. En la precampaña, rodeado de cámaras, se aprestó a dar una fotogénica limosna a una vagabunda. La prensa descubrió luego que solo había depositado calderilla. En la convención laborista, Ed, el líder que alardea de no necesitar notas, se olvidó por completo de hablar del déficit, lo que fue por unos días el chiste nacional. El mes pasado llegó el llamado «Kichengate». Recibió a la BBC en una minúscula cocina de su casa para un reportaje sobre su lado humano y luego se descubrió que en el piso superior ocultaba otra a todo meter.

Miliband no es, de todas maneras, un sectario al estilo de cierta izquierda española; conserva el porte institucional. Es reveladora su valoración de Margaret Thatcher: «Como Partido Laborista no nos gustan muchas de las cosas que hizo. Pero nos puede desagradar y al tiempo tener un enorme respeto por sus extraordinarios logros y por su fuerza personal fuera de serie».

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