José Mujica, adiós a las excentricidades del presidente honrado
Mujica recoge la banda presidencial de manos de Tabaré Vázquez en su toma de posesión en 2010. - AFP
Uruguay

José Mujica, adiós a las excentricidades del presidente honrado

Uruguay despide el domingo en medio del reconocimiento general a su presidente más peculiar. A punto de cesar, su legado es tanto político como moral y anecdótico.

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  1. Adiós a las excentricidades del presidente honrado

    Mujica recoge la banda presidencial de manos de Tabaré Vázquez en su toma de posesión en 2010.
    Mujica recoge la banda presidencial de manos de Tabaré Vázquez en su toma de posesión en 2010. - AFP

    El próximo domingo, con el Rey Juan Carlos presente, el anciano José Mujica Cordano dejará en una ceremonia oficial de ser presidente de la República Oriental del Uruguay. Cuando en la plaza de la Independencia de Montevideo, rodeado por miles de compatriotas, coloque la banda presidencial sobre de los hombros de su sucesor, Tabaré Vázquez, habrá llegado al final de una larga trayectoria política. Más de cincuenta años lleva metido en todos los ajos de la izquierda de su país un hombre que ha sido piquete, guerrillero, presidiario, ministro y, por último, presidente. Austero hasta extremos inconcebibles en cualquier jefe de Estado del primer mundo, Mujica es visto por sus detractores como un espécimen estrafalario cuyas inusuales hechuras no están a la altura de la alta dignidad institucional que ostenta. A él siempre le dio igual y nunca se cansó de repetir que el poder no lo iba a cambiar.

    Con Mujica abandona el primer plano no solo un gobernante, también un personaje de honradez incuestionable e integridad unánimemente reconocida. Su legado, más allá del de su gestión, está repleto de anécdotas y mensajes. Los repasamos a continuación.

  2. Un orinal como símbolo de la resistencia del preso

    Mujica, en 1985, tras salir en libertad después de años en prisión
    Mujica, en 1985, tras salir en libertad después de años en prisión - AFP

    El joven José Mujica abrazó la lucha armada contra la dictadura uruguaya en las filas del Movimiento de Liberación Nacional en la década de 1960. Como consecuencia de sus actividades ilegales como miembro de la guerrilla tupamara, Mujica fue detenido, herido gravemente por balas de la Policía y encarcelado en repetidas ocasiones. El Comandante Facundo, su nombre en clave en la clandestinidad, protagonizó varias fugas, alguna tan sonada como la multitudinaria del recordado penal de Punta Carretas, hoy un moderno centro comercial en Montevideo. Pero fue durante su última etapa de cautiverio cuando fue capaz de convertir algo tan escatológico como un orinal en símbolo de su resistencia frente a los crueles métodos de sus carceleros militares.

    Mujica y sus compañeros vivían encerrados en oscuras y frías celdas donde no tenían de nada. Por no tener, no tenían ni dónde hacer sus necesidades. La madre del hoy presidente se hartó de pedir en vano en los cuarteles un trato digno para su hijo. Una de sus insistentes peticiones era el orinal. Fue ignorada durante años. Hasta que un día, Mujica, recluido en las dependencias del Ejército en Santa Clara de Olimar, sintió un movimiento inusual en el patio de armas. Se encaramó hasta el enrejado por el que entraba la única luz del calabozo subterráneo que habitaba y acertó a ver que los mandos habían organizado un cóctel. Civiles con aspecto de pudientes pululaban aquel día por un recinto habitualmente restringido a soldados y oficiales. El preso vio su oportunidad y comenzó a vociferar: «¡¡Me estoy meando!! ¡¡Me tienen encerrado como un animal y no me dejan ni mear!! ¡¡A ustedes, señoras y señores, ¿les gustaría mearse encima?!!» Las voces desesperadas escandalizaron a las visitas y, por fin, empujaron a los captores a atender las demandas de su prisionero. Aquel día de 1976, Mujica se ganó su orinal. Cuando ocho años después, salió de la cárcel, lo llevaba bajo el brazo. En su interior había hecho crecer unas flores.

  3. El Escarabajo no se vende... ni por un millón de dólares

    Mujica y su Escarabajo, en una concentración de aficionados a estos coches en las afueras de Montevideo
    Mujica y su Escarabajo, en una concentración de aficionados a estos coches en las afueras de Montevideo - reuters

    Mujica ha declarado en más de una ocasión su sorpresa por las dimensiones de los coches oficiales de los mandatarios extranjeros. Él no está acostumbrado a limusinas presidenciales. El presidente uruguayo se pasea por su país en un Volkswagen Escarabajo de casi treinta años de antigüedad que, según él mismo contó, le regalaron un grupo de amigos que hicieron para ello una colecta.

    El viejo Fusca de Mujica se convirtió en noticia cuando el pasado otoño un jeque árabe ofreció un millón de dólares por él. El Pepe, que tiene un modelo similar averiado desde hace años en un cobertizo en su casa, desestimó finalmente la oferta porque, dijo, eso sería hacerle un feo a aquel grupo de amigos.

    El presidente había sopesado inicialmente vender el coche y destinar el dinero del jeque árabe a fines sociales. Hay quien cree que uno de los motivos de su negativa final a aceptar tan generosa oferta estuvo en los comentarios que desde círculos afines a la oposición se vertieron alegando que el coche era un símbolo nacional que no debía abandonar Uruguay. Se insinuó incluso que la transacción podría encubrir un intento de lavar dinero. Mujica zanjó el tema: «Hay amigos uruguayos que claman por ahí para que el Fusca no se vaya del país. Yo no sé si algún día se va o no se va, pero mientras yo viva va a dormir en el galpón y de vez en cuando dará una vueltita».

  4. Manuela, una primera dama de tres patas

    Mujica y su perra Manuela, en el jardín de la chacra del presidente
    Mujica y su perra Manuela, en el jardín de la chacra del presidente - reuters

    De José Mujica, del Pepe, se ha dicho que es «un Don Quijote dentro de un cuerpo de Sancho Panza». Pues bien, tan asociada como a la del ingenioso hidalgo estaba figura de su fiel escudero, está al presidente uruguayo la de Manuela, una chucha tullida, «una perra marca perro» de tres patas, que lo acompaña desde hace años. Su simpática querencia por reclamar protagonismo en mitad de las entrevistas que su dueño concede a los medios en su chacra la ha hecho a ella también famosa.

    Manuela y el Pepe se conocen desde hace años. Su amistad nace en la localidad de Paysandú. Ella merodeaba perrunamente, en busca de sobras y afecto, alrededor de la casa de una hermana de Lucía Topolansky, senadora, también antigua tupamara, y esposa de Mujica. Su cuñada decidió que Manuela sería un buen regalo para Pepe. Así nació una amistad que llega hasta hoy y que, como todas las buenas amistades ha pasado por momentos difíciles. «Se me hizo muy compañera y todos los días me acompañaba al campo cuando yo salía con el tractor. Por eso perdió una pata», recuerda todavía Mujica. Manuela tiene ya muchos años para un perro pero goza de la misma «mala salud de hierro» que un literato uruguayo atribuyó a su dueño, el presidente.

  5. El presidente no quiere baños de masas

    Una fachada de Montevideo repleta de efigies de Mujica
    Una fachada de Montevideo repleta de efigies de Mujica - efe

    A medida que se acercaba la fecha del cese del presidente, las redes sociales empezaron a hervir con iniciativas para mostrar el agradecimiento de sus fieles al líder en retirada. Un evento convocado por Facebook para «despedir y homenajear al presidente» contaba ya con 11.000 personas que habían confirmado su asistencia. Pero no se puede reconocer masivamente a quien rehúye a toda costa el loor de multitudes. El presidente es un tipo que va camino de los ochenta años y prefiere otras fórmulas más clásicas y recogidas: «Ahora que hay mucho Twitter voy a poner una dirección para que me digan dónde viven y poder ubicarlos. Me gusta más hacer reuniones chicas», fue su respuesta a todos sus ciudadanos que piensan que lo ha hecho bien y quieren decírselo.

  6. Lucía Topolansky, un amor a toda prueba

    Lucía Topolansky tiende la colada en la casa en la que vive con José Mujica
    Lucía Topolansky tiende la colada en la casa en la que vive con José Mujica - reuters

    Han escrito sus biógrafos que el Pepe era de mozo un tipo deseado por las «minas». Su simpatía y descaro compensaban el posible efecto adverso de su perfil algo narigudo. El joven Mujica tenía éxito y picaba de flor en flor. Hasta que, en el marco de sus actividades clandestinas, se encontró con una joven cuya belleza y fortaleza lo dejaron prendado. Era Lucía Topolansky, entonces guerrillera tupamara como él, hoy primera senadora de la República y esposa del presidente.

    Topolansky también pasó calamidades en las cárceles de la dictadura, en las que consumió 13 años y sufrió torturas supervisadas por los expertos argentinos de la Operación Cóndor.

    Mujica y Topolansky mantuvieron viva la llama de su amor pese a la reclusión de ambos. Cuando recobraron la libertad iniciaron una feliz convivencia. Casados desde 2005, no tienen hijos. Él lo ha explicado en alguna ocasión: «Me dediqué a cambiar el mundo y se me fue el tiempo».

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